De todas maneras, prendemos la computadora cada mañana, inaugurando una nueva ceremonia, la plegaria matutina del burgués, como dijo el viejo Hegel, aunque con un aparato demoníaco que el último filósofo no había imaginado. Lo primero que vamos a decir es que es más higiénico, no tenemos que dar vuelta ninguna hoja cubierta con tinta, solo un doble click sobre el ícono que representa al diario que vamos a elegir o sobre la nota que vamos a leer y correr la imágen con una ruedita que tiene el mouse que manejamos con la mano derecha. Si leemos La Nación las columnas estan luego de las noticias, hay que correr la ruedita un par de veces. Cada columnista tiene su foto pero lo que busca captar la atención del lector son los títulos. Casi todos están referidos a la presidenta y la modalidad en su totalidad es insultante y despreciativa. No vamos a repetir ninguno sin embargo vale consignar que es una victoria política, seguramente no deseada por la presidenta, que cada cosa de la realidad, según estos señores, le esté referida.
Entre los columnistas está Beatriz Sarlo. Leí en los ochenta un par de libros suyos que me parecieron dignos de releer: El Imperio de los Sentimientos que era un estudio de los folletines y sobretodo Buenos Aires: una modernidad Periférica, libro deudor, luego lo supe, de Walter Benjamin, que ligaba la literatura Argentina y sobretodo Arlt y Borges con las transformaciones de la ciudad en las décadas del 20 y el 30.
Luego en los noventa leí, con menos interés, los libros referidos a los nuevos fenómenos de la modernidad, los llamados no-lugares, fundamentalmente los shoppings que empezaban a aparecer en esos años.
La primera columna que recuerdo haber leído de ella en La Nación data del año 2005 y la destinataria de sus críticas era -adivinaron- Cristina Fernandez. La circunstancia era la elección de senadores de la provincia de Buenos Aires en la que la presidenta derrotó a Chiche Duhalde. La crítica se refería a la negativa de la entonces senadora a darle reportajes a La Nación y a contestar un requerimiento de Poder Ciudadano, ong que, por entonces, se atribuía la fiscalización de la conducta de la clase política. Luego esas críticas se repitieron, casi son una sola columna que se vuelve a publicar una y otra vez y en las que Sarlo sacrifica su yo para mimetizarse con su otro, o con su otra, en este caso la presidenta de la nación. Esa sola columna tiene un estilo fragmentado, cada parrafo, de cinco o seis renglones, desarrolla una idea que es un pretexto para insertar un adjetivo que ilustre su desagrado ante cada acción de Cristina Fernandez.
¿Estaba esta Sarlo entre las lineas de aquellos libros admirados de los ochenta o en sus sutiles lecturas de Borges? Es una pregunta que me repito cada vez que leo con creciente frustración sus párrafos.