Hay cada vez menos dudas sobre la conducta del grupo político al que se denomina como oposición. La declaración de Macri afirmando que con él se acaba el curro de los derechos humanos y la de Mazza diciendo casi lo mismo y agregando, en un intento de redoblar la apuesta, que va a privilegiar los derechos humanos de las víctimas del delito dice mucho acerca de la identidad de ambos candidatos.
De todas maneras esos políticos, nombramos a Macri y a Mazza por ser los más notorios en este momento, no son más que mano de obra barata en la tarea de debilitar al estado y al gobierno y aunque a partir de la llamada crisis del campo, un intento de golpe de mercado novedoso en la Argentina, los grupos mediáticos ingresaron en una visibilidad parecida a la que sufren esos políticos, y tuvieron que asumirse como sus cómplices y compañeros de tareas, no creo que alcancen a merecer esa denominación de opositores al poder son más bien sus guardianes y difusores.
El poder no está en el estado, si se quiere encontrarlo en algún lugar deberá buscárselo en el sistema financiero internacional que reproduce el dinero a partir del dinero prescindiendo de los estados nación y de sus políticos y de sus trabajadores y sus fábricas, monumentos de un capitalismo de la modernidad ya obsoleto.
Hay un tercer grupo en esa maquinaria burguesa que no siempre se lo nombra y que es la farándula mediática. En estos días este grupo se reunió para sacarse la foto de fin de año que como es tradición se publica en la tapa de la revista Gente.
Los vi ojeando una revista en un bar y sentí el mismo asco que siento cada vez que los veo con sus máscaras de plástico deslizándose por el mundo como si fueran sus dueños.
La sorpresa dolorosa fue ver entre esta gente a la querida Estela de Carlotto y a su ansiado nieto recuperado mezclados en esa representación de la impunidad cultural.
Se sabe, el poder globalizado, la burguesía de este país, fue la que produjo la apropiación de bebés como parte de su plan asesino. La revista Gente contribuyó activamente en ese plan criminal.
Hoy, treinta años después, mientras por fin sus ejecutores materiales están en prisión, esta revista colaboracionista se vende libremente en los kioskos de todos el país.
Querida Estela, fue un gran error de su parte, es como si en Alemania el órgano del partido Nazi se publicara todavía y las víctimas de los campos de concentración fueran a brindar con ellos.
En estos días se recuperó el nieto 117. Me quedo con esa tarea heroica suya y nunca se lo voy a terminar de agradecer. Si podemos decir sin verguenza que somos Argentinos se lo debemos a las madres y las abuelas de Plaza de Mayo.
Se lo debemos a usted, querida Estela. Por eso necesitamos que se cuide, que no permita que esos hijos de puta le hagan daño.
La quiero mucho y perdóneme
lunes, 15 de diciembre de 2014
lunes, 8 de diciembre de 2014
Funes el memorioso y las selfies
¿Es posible saber con anterioridad cuáles van a ser los momentos memorables de nuestras vidas?
Un gran amor puede ser memorable; un asado con amigos en el que uno se va a reír como nunca lo hará después también lo puede ser, o yendo a algo menos universal: el momento que uno lee o escribe el libro que andaba buscando desde siempre puede ser lo memorable o decisivo. Esta es mi lista pero puede haber otras, todas son válidas justamente porque los ejemplos de lo que puede ser memorable están atados a la subjetividad del que entrega la lista o al trabajo que irá haciendo el paso del tiempo.
Sucede que la vida no es el cine de Hollywood y en los momentos privilegiados no suena una música de fondo, ni el director marca a los protagonistas con sendos primeros planos. Vivimos una vida pequeña, algo burda, sin nada que se parezca a la épica, y es muy posible que lo memorable haya pasado por nuestra vereda y no nos hayamos dado cuenta y nos hayamos ido a dormir o nos hayamos ido a otro lado apurados por ver tal o cual programa de televisión o ha comprar cigarrillos antes de que cerraran los kioskos.
Recordaremos pero también será necesario, para narrar lo memorable olvidar los detalles de lo que ya dijimos es banal en nuestra vida. Podemos intentar una lista de las cosas tediosas de nuestra rutina: cuando nos afeitamos, cuando tomamos el colectivo cada mañana, cuando compramos alfajores. El olvido entonces vendrá en nuestra ayuda y nos ayudará a encontrar las pepitas de oro en el barro.
Funes, en el cuento fantástico de Borges, es un muchacho humilde de campo, que habrá de tener un accidente, lo volteará un redomón en la estancia de San Francisco, según nos dice el narrador, y quedará tullido, sin esperanza. Ese accidente también le regalará una memoria prodigiosa. Más recuerdos tengo yo solo, dice luego Funes, que los que habrán tenido todos los hombres desde que el mundo es mundo. Pero también nos dice que su memoria es como un vaciadero de basura. Hacia el final del cuento, luego de enumerar las tareas inútiles que Funes emprende con su prodigiosa memoria, Borges dice que sospecha que no era muy capaz de pensar. Pensar, nos dice Borges, es olvidar diferencias, es generalizar, es abstraer. En el abarrotado mundo de Funes, concluye, no había sino detalles, casi inmediatos.
En la era informática, sin embargo, amamos los detalles, la información más insignificante es guardada en memorias que podemos comprar sin necesidad de someternos a la desgracia de Funes, en aparatos cada vez más pequeños, prótesis diría Freud, y a la vez más rapidamente considerados obsoletos.
Las fotos digitales nos permiten sacar mil fotos de un viaje. Será que ahora, por la magia de la computación, suceden mil hechos memorables en las vacaciones cuando en el pasado los insignificantes rollos de 36 fotos nos proporcionaban esa ínfima cantidad de experiencias notorias. Será que la técnica y no nosotros produce y elige lo que será colgado en la red.
Uno mira con cariño las fotos de los amigos y aún las propias que otros sacaron de uno mismo (mis fotos son inútiles porque siempre las saco movidas, resistencia o incapacidad que acaso explique esta nota) pero hay algo de falso y de mecánico en todo esto. Acaso sea cierto lo que decía la gente que desconfiaba de la fotografía en sus albores y un poco de nuestra alma sea robado en cada selfie
Un gran amor puede ser memorable; un asado con amigos en el que uno se va a reír como nunca lo hará después también lo puede ser, o yendo a algo menos universal: el momento que uno lee o escribe el libro que andaba buscando desde siempre puede ser lo memorable o decisivo. Esta es mi lista pero puede haber otras, todas son válidas justamente porque los ejemplos de lo que puede ser memorable están atados a la subjetividad del que entrega la lista o al trabajo que irá haciendo el paso del tiempo.
Sucede que la vida no es el cine de Hollywood y en los momentos privilegiados no suena una música de fondo, ni el director marca a los protagonistas con sendos primeros planos. Vivimos una vida pequeña, algo burda, sin nada que se parezca a la épica, y es muy posible que lo memorable haya pasado por nuestra vereda y no nos hayamos dado cuenta y nos hayamos ido a dormir o nos hayamos ido a otro lado apurados por ver tal o cual programa de televisión o ha comprar cigarrillos antes de que cerraran los kioskos.
Recordaremos pero también será necesario, para narrar lo memorable olvidar los detalles de lo que ya dijimos es banal en nuestra vida. Podemos intentar una lista de las cosas tediosas de nuestra rutina: cuando nos afeitamos, cuando tomamos el colectivo cada mañana, cuando compramos alfajores. El olvido entonces vendrá en nuestra ayuda y nos ayudará a encontrar las pepitas de oro en el barro.
Funes, en el cuento fantástico de Borges, es un muchacho humilde de campo, que habrá de tener un accidente, lo volteará un redomón en la estancia de San Francisco, según nos dice el narrador, y quedará tullido, sin esperanza. Ese accidente también le regalará una memoria prodigiosa. Más recuerdos tengo yo solo, dice luego Funes, que los que habrán tenido todos los hombres desde que el mundo es mundo. Pero también nos dice que su memoria es como un vaciadero de basura. Hacia el final del cuento, luego de enumerar las tareas inútiles que Funes emprende con su prodigiosa memoria, Borges dice que sospecha que no era muy capaz de pensar. Pensar, nos dice Borges, es olvidar diferencias, es generalizar, es abstraer. En el abarrotado mundo de Funes, concluye, no había sino detalles, casi inmediatos.
En la era informática, sin embargo, amamos los detalles, la información más insignificante es guardada en memorias que podemos comprar sin necesidad de someternos a la desgracia de Funes, en aparatos cada vez más pequeños, prótesis diría Freud, y a la vez más rapidamente considerados obsoletos.
Las fotos digitales nos permiten sacar mil fotos de un viaje. Será que ahora, por la magia de la computación, suceden mil hechos memorables en las vacaciones cuando en el pasado los insignificantes rollos de 36 fotos nos proporcionaban esa ínfima cantidad de experiencias notorias. Será que la técnica y no nosotros produce y elige lo que será colgado en la red.
Uno mira con cariño las fotos de los amigos y aún las propias que otros sacaron de uno mismo (mis fotos son inútiles porque siempre las saco movidas, resistencia o incapacidad que acaso explique esta nota) pero hay algo de falso y de mecánico en todo esto. Acaso sea cierto lo que decía la gente que desconfiaba de la fotografía en sus albores y un poco de nuestra alma sea robado en cada selfie
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