jueves, 27 de junio de 2013

Lecturas sobre el peronismo



Introducción

Alguien, podría decir parafraseando a Nietzsche, que no hay Peronismo sino interpretaciones sobre él. Otro, con algún dejo de ironía podría agregar: qué Peronismo, cuál de ellos.
Alejandro Horowicz en un libro ya clásico, Los Cuatro Peronismo, escrito en los ochenta había caracterizado las siguientes etapas en el desarrollo de este movimiento político: desde el 17 de octubre de 1945 hasta el 16 de septiembre de 1955 se cumple una primera etapa; la segunda abreva en la lucha de la resistencia y culmina con el retorno del general Perón el 17 de noviembre de 1972; el triunfo electoral de la fórmula encabezada por el doctor Cámpora conforma el tercer momento, que concluye con la muerte del fundador; mientras que el cuarto peronismo según la especulación del autor era el del gobierno de Isabel Perón y continuaba todavía en aquellos años en los que el autor escribía, es decir, los años de la primera derrota electoral del Peronismo en manos de Raúl Alfonsín.
Las fechas son las huellas materiales que nos entregan la historia pero no dejan atrás la arbitrariedad de las interpretaciones. En el caso del libro de Horowicz hay marcas de época, es decir se creía que el peronismo agonizaba (Halperín escribió un libro con ese nombre) y el devenir de la historia nos dejó en manos de lo que se llamó el Menemismo y luego en la actualidad como consecuencia de la crisis del 2001 un Peronismo opuesto al anterior que llamamos Kirchnerismo.
Recuerdo una película basada una novela de Osvaldo Soriano en la que un personaje decía que el nunca se había metido en política que él siempre había sido Peronista. Sin querer esa frase que buscaba ser una broma de humor negro (también fechada porque la película se estreno durante la campaña electoral que finalmente llevaría a Alfonsín a la presidencia) sobre le Peronismo lo definía mejor que ningún otro ensayo político. Porque Perón se había propuesto crear eso: un movimiento que englobara al capital y al trabajo en una alianza de clases que funcionaría bajo su liderazgo

El peronismo como Bonapartismo

Parece no haber discusión sobre la polarización que produjo el Peronismo en la sociedad Argentina desde su origen, a pesar de haberse pensado a si mismo como una alianza de clases. La discusión que el Peronismo tiene con la izquierda es acerca de la naturaleza de esa polarización. ¿Se trataba de la famosa lucha de clases de la cual hablaba Marx o debía usarse otra categoría también de origen marxista, en este caso la de Bonapartismo, para definir a ese movimiento político que surgía entre el sonido y la furia de la historia Argentina?
Las primeras interpretaciones sobre el Peronismo, en el momento mismo de su aparición, surgieron de los viejos socialistas y los comunistas, quienes, coincidiendo con radicales y algunos conservadores, y con el departamento de estado norteamericano, lo identificaron meramente con el nazi fascismo, como un mero reflejo de la realidad (esta última reflexión podría haber sido hecha por Weber en un viejo bodegón imaginario y hubiera contado, probablemente, con el silencioso asentimiento del mozo simpatizante del peronismo) y en casos más burdos como una maniobra de la embajada Alemana, sin tener en cuenta la situación Argentina .
Una segunda etapa interpretativa, menos esquemática, deriva de variadas corrientes de origen trotskistas - Aurelio Narvaja, Jorge Abelardo Ramos, Silvio Frondizi, Nahuel Moreno) a la que adherirían algunos estalinistas como Rodolfo Puiggros y Eduardo Artesano.
Esta nueva línea rescataba el concepto marxista de Bonapartismo, tal como fue desarrollada por Marx (lucha de clases en Francia y el 18 Brumario) Engels (El origen de la familia, la propiedad y el estado, La cuestión de la vivienda, Violencia y economía en la formación del nuevo imperio Alemán y carta a Marx del 13 de abril de 1866) Gramsci (notas sobre Maquiavelo y sobre el estado moderno) Lenin (los comienzos del bonapartismo y enseñanzas de la revolución) Trosky (Historia de la revolución Rusa, Adonde va Alemania)
En realidad el peronismo, tal cual se dio, parecía encajar con la definición clásica de bonapartismo. En el diccionario de Norberto Bobbio y Nicola Matteucci, se define al bonapartismo como el fenómeno de la “personalización del poder” y el predominio de elementos carismáticos (en este momento, en el bodegón imaginario Weber, algo pasado de copas, golpea la mesa y dice: claro yo lo decía) que concentran la legitimidad del poder del estado en la personalidad del jefe, que se presenta como representante del pueblo-nación. El bonapartismo se refiere, pues, a las formad de legitimación del poder estatal. En los estados modernos, caracterizados por la articulación del poder legislativo y del poder ejecutivo , el bonapartismo está ligado al predominio del ejecutivo sobre el legislativo, a la “independencia” que el poder del estado parece asumir frente a las clases y la sociedad civil (fin de la cita).
Esa relativa autonomía del aparato del estado, frente a las clases sociales en pugna, es alcanzada por los bonapartismos apoyándose en tres instituciones básicas : la iglesia el ejército y la policía. El bonapartismo clásico y el peronismo, según esa lectura, aparentan imparcialidad, pretenden hacer del estado el mediador entre las clases sociales, llegando hasta cierto punto a alcanzar una autonomía relativa, cierta independencia momentánea frente a la sociedad. El bonapartismo peronistas, dicen, surgió como consecuencia de la fragmentación de la sociedad Argentina, en la que ningún sector de la clase dominante era suficientemente fuerte para lograr la hegemonía. El bonapartismo logra establece un equilibrio inestable y llenar parcialmente el vacío de la hegemonía. Por eso se hace difícil determinar que sector de la clase dominante representa.
El mismo Perón parecía en alguno de sus discursos coincidir con la lectura de esto esforzados dirigentes en un discurso del 28 de junio de 1944: “sostenemos en la secretaría de trabajo y previsión que los problemas sociales no se han resuelto nunca por la lucha sino por la armonía. Y es así que propiciamos, no la lucha entre el capital y el trabajo, sino el acuerdo entre unos y otros, tutelados los dos factores por la autoridad y la justicia que emana del estado”
El bonapartismo sería entonces una impostura, se presenta como populista cuando en realidad defiende los interese en peligro de los capitalistas, un “gatopardismo”, es decir, la estrategia de conceder algo para no perderlo todo, cambiar algo para que todo siga igual. Esa definición también cuenta con un discurso de Perón para ilustrarla: “hagamos la revolución antes de que la haga el pueblo” o aquella otra acaso más famosa del 25 de agosto de 1944 en la bolsa de comercio:”es necesario saber dar un 30 por ciento a tiempo que perder todo a posteriori.
Luego, en la segunda etapa del peronismo, siguiendo la periodización de Horowicz, es decir el peronismo de la resistencia, el peronismo alejado del estado, el peronismo como hecho maldito del país burgués, tal como lo había definido, John William Cooke, esas acusaciones de Bonapartismo, se fueron diluyendo, y surge un peronismo de izquierda, en algunos casos inspirado por los mismos actores que habían sostenido la postura anterior, como es el caso de Puiggrós y de Jorge Abelardo Ramos.

Método histórico comparativo: el varguismo en Brasil y el peronismo en la Argentina

En un libro ya clásico de las ciencias sociales en la Argentina, que ha atravesado la década del sesenta y del setenta, que fue silenciado por la dictadura y que se desliza entre nosotros en la actualidad con su potencia intacta, Miguel Murmis y Juan Carlos Portantiero hacen la comparación de dos procesos populistas que se desarrollaron en el mismo tramo histórico en América Latina: me refiero al varguismo en Brasil y al peronismo en la Argentina.
Su primera parte aportó una renovada mirada sobre la naturaleza de la industrialización por sustitución de importaciones ocurrida en la década de 1930. En este primer estudio los autores dialogan con la obra de Milcíades Peña. Este pensador, proveniente de la corriente trotskista orientada por Nahuel Moreno, se había constituido en uno de los estudiosos más originales de la formación, evolución y estructura de clase dominante argentina y, más específicamente , en un impugnador de la idea de una burguesía dividida por una conflictividad esencial  entre sectores agrarios e industriales. Para este acérrimo adversario de las interpretaciones historiográficas tanto liberales como nacional populistas, había existido desde siempre una unidad y complementariedad de intereses entre ambos grupos burgueses, una suerte de fusión.
Murmis y Portantiero se emparentaron con esa pionera concepción, en lo que hacía a la ausencia de conflictos orgánicos entre propietarios del agro y de la industria. Pero se distanciaron de Peña en la idea de fusión. Ellos entendieron que el proceso de industrialización no fue indiscutido (aunque sí fue más progresivo, pues los que se opusieron lo hicieron por su carácter avanzado y no por su alcance moderado) y que no todos los sectores rurales participaron del acuerdo con los industriales, sino su facción más poderosa. Es decir, allí donde Peña vio a una clase dominante homogeneizada en un proyecto de “caricatura” de industrialización o de “pseudo industrialización”, Murmis y Portantiero encontraron una clase propietaria escindida transversalmente en dos alianzas de clase: una a favor de una industrialización limitada; otra en contra de cualquiera de ellas. Donde el intelectual trotskista encontró a una burguesía dividida en dos alas separadas por fronteras más bien tenues, aquellos autores hallaron una alianza entre dos componentes burgueses diferenciados, coyunturalmente unidos por la comunidad de intereses y ordenados en torno al control hegemónico de uno de ellos
En la segunda parte el diálogo de los autores se produjo con el investigador italiano Guido Germani, quien presentaba a una sociedad Argentina alterada por un corte abrupto entre vieja y nueva clase obrera que se había producido a partir de los años treinta, mientras se desplegaba la rápida industrialización sustitutiva. El viejo sector aparecía, a los ojos de este autor, como naturalmente inclinado a ideologías de clase; mayoritariamente descendiente de una inmigración extranjera, portaba un carácter autónomo, poseía una extensa tradición político sindical y tenía una relación de larga data con el mundo urbano y la producción industrial. En cambio, los nuevos trabajadores, provenientes de una migración interna desde las provincias rurales, se mostraban carentes de esa experiencia. Contrariando  el modelo clásico de actitudes obreras, aparecían condicionados por la inmediatez de sus reclamos, portando valores de heteronimia y adoptando una conciencia de movilidad antes que una de clase. Por esas razones, para Germani estos contingentes laborales recientemente desplazados habían sido esquivos a las organizaciones de clase y se habían convertido en masa en disponibilidad para el ejercicio de proyectos autoritarios y demagogos como el que practicaba Perón.
Murmis y Portantiero intentaron desarmar tan sarmientina lectura  del investigador italiano acerca de la relación entre estos nuevos sectores y la gestación del populismo, replanteando la década de 1930, en especial, lo que hacía a los resultados sociales del crecimiento de la industrialización sustitutiva. Dicho proceso fue entendido como una intensa explotación laboral, producto de una acumulación capitalista sin políticas públicas de redistribución social, que dejó un monto creciente de reivindicaciones obreras insatisfechas.
Además de discutir la interpretación de Germani los autores intentaron descifrar las características específicas del peronismo que lo diferenciaban de otras experiencias de regímenes nacional populares particularmente del varguismo brasileño. Según ellos, esta última sincronizó tres procesos: el de la llegada del nacionalismo popular al poder, el de la industrialización y el intervencionismo social; así, dada la ausencia de un gran sindicalismo autónomo reformista, el resultado no pudo ser otro que la subordinación inmediata y total del proletariado al estado populista. En Argentina, en cambio, la industrialización fue previa y carente de políticas redistributivas; así, la intervención estatal que luego desarrollo el peronismo operó sobre un fuerte sindicalismo que venía a presentar una tenaz fuerza reivindicativa. Es decir, en el caso del varguismo, fue el estado el que de un modo inmediato y directo integró a la clase obrera, sin pasar por la instancia de tener que “estatizar” o disciplinar organizaciones existentes (más bien creó los sindicatos desde arriba). El peronismo, en cambio, expresó un caso distinto. En la Argentina, dado que los sindicatos eran aparatos poderosos ya antes de la llegada del régimen populista, este último debió aceptar la ubicación de aquellos (y fugazmente , del partido que habían creado) como mediadores entre los trabajadores y el poder político
Marx interrumpió furioso gritando que debían expulsar del partido a los autores de esas ideas y cuando le dijeron que ya habían sido expulsado se fue volcando un vaso y sin pagar la cuenta. Weber susurraba en el oído de una cantante de tangos que se había acercado a la mesa que todo eso no era más que una sustracción de sus teorías. La cantante le dijo que se trataba del método histórico comparativo, pero a esta altura de la noche el gran sociólogo ya no la escuchaba.

Conclusión

Qué pasó entonces para que, a pesar de producirse, en los años treinta, una fuerte industrialización y la formación de sindicatos fuertes, no se produjera un partido clasista capaz de conducir a esas masas hacia las reivindicaciones sociales que lograron una década después con el peronismo. Lo que sucedió fue la politica. Y la política es la intencionalidad de la historia. Los dominados, carentes de poder materal tienen como única posibilidad la de crear otro poder y el poder que crearon se llamó peronismo, y eligieron a ese líder acaso porque Perón fue el que mejor leyó la circunstancia histórica que le tocó vivir. Y a diferencia de sus adversarios supo convertir esa lectura en fuerza material, porque de lo que se trata, como dijo Marx, no es solo de interpretar la historia sino de interpretarla para transformarla.


Bibliografía

Los cuatro peronismos - Alejandro Horowicz
Los deseos imaginarios del peronismo - Juan José Sebreli
Estudios sobre los orígenes del peronismo - Miguel Murmis y Juan Carlos Portantiero
Diccionario de Política - Norberto Bobbio y Nicola Matteucci
Estudios sobre el peronismo - José Pablo Feinmann