En el silencio que provocó la algarabía que rodeo la designación de Bergoglio como papa (un papa peronista como decía el cartel, impreso, no se molestaron en disimularlo, por la misma gente que todos los años imprime un cartel de Rucci con la leyenda "argentino y peronista") se escuchó la escandalizada voz de Horacio Gonzalez, preguntándose, bajo qué forma se mató en la Argentina, y la respuesta que pudo dar es "bajo la protección de la iglesia católica". Luego recordó a compañeros que como Mujica creían en una religiosidad popular, y que dejaron su vida por una visión cristiana de tipo sacrificial.
Pero qué otra pregunta se podría haber hecho en eso días iniciales de sorpresa y de preocupación y qué preguntas nos podemos hacer hoy pasado un año, en torno a la figura del papa Francisco, esa imagen que se reproduce incansablemente y que fatiga (por usar una expresión borgeana) el espacio público sostenida por un aparato asfixiante, todavía eficaz, pero que se empieza a debilitarse.
Puede ser que, tal como inconscientemente lo nombré, Francisco sea la imagen y Bergoglio el cuerpo. Francisco sonríe y Bergoglio mantiene su gesto severo tal como lo portaba cuando era arzobispo de Buenos Aires. Bergoglio nunca pareció muy preocupado por las pasiones populares y Francisco recibe la camiseta de San Lorenzo de manos del señor de la televisión.
Pero hay más, Francisco dijo "quién soy yo para juzgar a los homosexuales. Bien. Hay que acercarse a los divoriciados. Muy bien. Dijo "este sistema económico no puede generar trabajo, porque esta inmerso en la idolatría del dinero. Excelente. Pero después debería pasar algo y no pasa nada. ¿No le creen? Porque lo aman los mismos que idolatran el dinero, los que idolatraban a Juan Pablo II en su lucha contra el comunismo, y a Ratzinger en su retorno a la edad media.
Recientemente las cosas empezaron a quedar claras. En una misma reunión se santificó a Juan XXIII y a Juan Pablo II y asistieron Ratzinger y Francisco. Algo así como la ley de obediencia debida, el punto final y el indulto todo junto. Como los tres tenores cantando para la audiencia mundial. Un gran espectáculo, un gran retroceso, un mito represivo