Elisa Carrió y la quiebra de un lenguaje
Cuántas posibilidades reales tenemos de transformación en nuestras vidas. Porque, en verdad, parece evidente que todo cambia a nuestro alrededor, “todo lo sólido se desvanece en el aire”, escribió Marx y Marshal Berman lo tomó en su memorable libro, para ilustrar el modo en que la burguesía avanzaba enloqueciendo los relojes de la historia. Pero que destruyan casas y se levanten departamentos horribles; que en los supermercados haya miles de productos que no se sabe muy bien para que sirven; que se pase del Windows 7 al Windows 8 , no parecen ser elementos que vayan a conducir a la humanidad a su emancipación. ¿Podemos hablar entonces de trasformación o de decadencia? La palabra decadencia parece suponer un momento anterior de plenitud, algo que se era y se dejó de ser, la negación de una posibilidad de un avance: “el ángel de la historia mira hacia atrás y solo ve ruinas”, nos dice a través del tiempo la lúcida y desencantada voz de Walter Benjamin.
La más famosa transformación, si es que vamos a continuar en la carrera loca de las citas de autoridad, es la de Gregorio Samsa, el protagonista del mito moderno que narró Kafka. En el aterrador cuento de Kafka, (estoy citando ahora el libro La Crisálida de Horacio Gonzalez) la metamorfosis había sucedido la noche anterior al relato, y el lector no encuentra en ningún lugar la noticia de cómo se ha realizado. Recordemos, Gregorio se despierta una mañana convertido en un bicho horrible pero lo que más nos conmueve, lo que nos hace pensar en nuestra propia condición, es que esa horrible transformación no altera la conciencia del que la sufre, sino que el desfortunado sigue preocupado en pagar la deuda familiar y en no perder su trabajo.
Esta última cita nos lleva finalmente a nuestra propia pregunta: ¿Cómo se trasforman los mediáticos en mediáticos? Qué peso tiene en las conciencias de los personajes las sucesivas transformaciones quirúrgicas. ¿Siguen siendo los mismos, guardan en su memoria los episodios de su infancia, o se han convertido sin más en recipientes vacíos en donde se derramaran los sucesivos relatos.
Moria Casán, con su cara destruida o mejor dicho construida por sucesivas operaciones o Jorge Rial un hombre que convirtió su propia vida en una ficción en la que incluyó incluso a sus hijas adoptadas parecen ser los ejemplos más torpes de lo que digo. Pero lo que resulta más doloroso para muchos de nosotros es el translado de esa lógica impúdica de la transformación a la vida de algunos personajes de la clase política que se han arrojado (ellos dirían que es un acto de pura autoconservación) al fango del travestismo, que en su caso no es quirúrgico o no solo quirúrgico, sino sobretodo ideológico.
Hace algunos días apareció en los medios una foto de Elisa Carrió. Se la ve en la cama con una pequeña muñeca que creo que representaba a la república. No voy a tratar de explicar el sentido de la foto porque no podría y tampoco la voy a adjetivar porque creo que no hace falta. Me siento sin embargo con derecho a utilizar esa foto como símbolo de una degradación, de una pérdida de lo humano, la quiebra de un lenguaje que podríamos llamar histórico y el definitivo arribo de un lenguaje mediático .
Nada bueno nos espera luego de esa transformación.