lunes, 16 de diciembre de 2013

La manifestación y los saqueos

     El saqueo sucede en las calles, es una escena caótica que sin embargo, se sabe, esta cuidadosamente escenificada, y que a la vez busca ocultar sus propósitos. Hay objetos robados y hay también quien los roba y quien es víctima de esos robos. Incluso sucede el drama de la muerte: once muertos en este caso. Once muertos que no tienen rostro y que también son envueltos por el espectáculo del caos.
     Los primeros saqueos sucedieron en el ocaso del gobierno de Alfonsín y volvieron a repetirse periódicamente acompañando los propósitos de cierto sector de poder. Esas repeticiones: ¿convierten al saqueo en un lenguaje? Para ellos sí, para ellos significa debilidad del estado, conflicto social, explosión de la inseguridad.
     Volvamos a leer lo que nos decía Foucault en Vigilar y Castigar: "La utilización política de los delincuentes -en forma de soplones, de confidentes, de provocadores- era un hecho admitido mucho antes del siglo XIX. Pero después de la revolución, esta práctica ha adquirido unas dimensiones completamente distintas: la infiltración de los partidos políticos y de las asociaciones obreras, el reclutamiento de hombres de mano dura contra los huelguistas y los promotores de motines, la organización de una subpolicía -trabajando en relación directa con lo policía legal y capaz en el límite de convertirse en una especie de ejército paralelo, todo un funcionamiento extralegal del poder ha sido llevada a cabo de una parte por la masa de maniobra constituida por delincuentes: policía clandestina y ejército de reserva del poder.
     Parece no quedar demasiado para agregar, solo una cosa: las manifestaciones populares también suceden en la calle y también tienen su escenificación, sin embargo sus participantes publicitan sus propósitos, llevan carteles, cantan sus consignas.
     Algunos voceros del poder dijeron, antes y después de la conmemoración de los treinta años de democracia, que esos actos deberían suspenderse por respeto a las cosas que habían pasado y particularmente por los once muertos. Es decir, la muerte debe tener como consecuencia que la gente se quede en sus casas, será por eso no se cansan de producir cadáveres y sin embargo la gente se obstina, por algún motivo, en salir y juntarse, no porque hayan olvidado a los once muertos, ni a los 30 mil, ni a otras víctimas que recorren nuestra historia, sino porque todas esa vidas cegadas solo tendrán sentido en la medida de que esas manifestaciones populares sigan en la calle defendiéndose sin armas, con las manos desnudas, de la violencia oligárquica que no para de amenazarnos.

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