Hubo
un principio de la palabra. El nombre fue introducido por Baumgarden
en 1750 en su libro Aesthetica y el nombre significaba “doctrina
del conocimiento sensible”.
Pero
por qué empezar por el principio. Hay una prestigiosa frase de
Aristóteles que dice que el principio es la mitad de todo, sin
embargo hablar de un principio nos condena a un pensamiento lineal, a
pensar que antes del principio no había nada y que luego el nombre
determina todo lo que el objeto va a ser.
Nombre
no es necesariamente escencia, antes de aquel libro de Baumgarden
había hombres asediados por la belleza y también los hubo después
y también con la certeza de que en la búsqueda de la belleza se
entraría la belleza y la virtud.
La
belleza del mundo, el asombro del hombre ante esa belleza, deslizaron
a la humanidad a la conciencia de su finitud, de su fragilidad y de
lo pasajero de lo bello: una flor silvestre en el camino, es un
objeto frágil víctima de la crueldad del tiempo que apenas podemos
ver en un paseo o desde la ventanilla de un auto.
Belleza
es tiempo se podría decir o también que tomamos conciencia de ser
para la muerte ante el asombro de la belleza y la angustia ante lo
pasajero. De nada sirven las prótesis que ha ido inventando a medida
que atraviesa el bosque del tiempo. Las fotografías, filmaciones,
y demás reproducciones son curiosidades, alivios para la sed de
trascendencia que resultan insuficientes y frustrantes. Incluso las
últimas plataformas digitales hacen innecesario la copia en cartón,
lo cual deja en el pasado la experiencia de los elegantes albumes de
fotos y las reuniones de amigos para agregarle una narración
personal a esa escenas detenidas en esos cartones porque el disparo
de una máquina o de un mínimo teléfono no solo no sirven ya como
memoria, sino que adelgazan la experiencia y de alguna manera la
reemplazan. No voy a un lugar para conocerlo sino para retratarme y
colgarlo en las redes
¿Es
la belleza entonces una creación de los dioses y el hombre una
criatura condenada a la mera mímesis, a una inautenticidad ya
rechazada en el fondo de la historia por el maestro Platón o a la
respetuosa alabanza medieval?
La
imaginación, el genio del artista, se puede decir pone en el mundo
una belleza que antes no existía. El hombre a través del arte
origina belleza. Creación sobretodo a partir del arte es una palabra
que se puede relacionar con los hombres.
¿Hay
en el arte algo de rebeldía prometeica? ¿La belleza del mundo es de
los objetos o de la mirada de quién los mira?
El
arte, según dijo Deleuze en su conferencia qué es la creación, es
un acto de resistencia ante la muerte. Aunque creo que se trataba de
una cita de Malraux que Deleuze hizo en esa oportunidad. Así es la
memoria, fragil cómo aquella flor silvestre que vemos en el camino.
¿Es
el arte memoria o se trata simplemente de la nostalgia que impulsa al
hombre hacia el arte? Dijimos que el arte era tiempo y espacio, ahora
diremos que es memoria. Aunque nos podemos arriesgar a decir que el
genio del artista consiste en inventar relaciones distintas entre el
tiempo
y
el espacio.
El
periodismo narra el mundo buscando información, la ilusión de la
objetividad; el artista rescata lo que tiene el mundo de ficcional.
El arte es conocimiento de lo sensible pero también su superación,
sino fuera porque la palabra suena mal en nuestros días.
El
arte propone otro mundo donde la muerte, la memoria, y sí, la
belleza se opone a lo que en los diarios se denomina como actualidad.
No
hay información en el arte: hay singularidad. En el surrealismo, por
ejemplo, esta puesto en duda la relación lineal de las cosas y sus
signos. En nuestra patria hubo un viejito medio loco, llamado
Macedonio Fernandez, que se reunía en la Perla del Once con jóvenes
escritores escritores entre ellos Jorge Luis Borges.
Macedonio,
más que cualquier escritor de su época denunció lo absurdo de un
mundo de objetos. Entre sus textos inclasificables recuerdo uno que
se llama “El zapallo que se hizo cósmos”. La historia de un
zapallo que crece en el Chaco pero algo falla en el orden de la
naturaleza y el zapallo empieza a crecer de forma desmesurada, tanto
que pronto se lo puede ver desde Montevideo. Sigue creciendo y
devorando todo hasta apropiarse de toda la materia. Luego queda la
duda de lo que está adentro o afuera del zapallo.
En
los primeros meses de 1920 el doctor Macedonio Fernandez concebió la
idea de postularse como candidato a presidente, faltaban dos años
para las elecciones de 1922 que consagrarían al continuador de
Hipólito Yrigoyen.
Qué
podemos pensar de ese plan absurdo de Macedonio. Tal vez que tensó
al máximo la frontera de lo real y lo imaginario. No hay mejor
definición de la tarea de un artista autónomo. Sin embargo ese
maravilloso proyecto al contrario del zapallo que se hizo cosmos
nunca terminó de convertirse en materia. Apenas se convirtió en un
proyecto literario que tomaron esos escritores jóvenes que se
reunían en torno a Macedonio en La Perla del Once, lugar que se
convertiría en refugio de otro grupo de negadores de lo real, hablo
de los fundadores del rock nacional, allí Tanguito y Lito Nebbia
compusieron La Balsa. Los escritores que tomaron el proyecto de
Macedonio presidente eran, además de Borges, Raúl Scalabrini Ortiz,
Leopoldo Marechal, Eduardo Gonzalez Lanuza, Santiago Dabove y Enrique
Fernandez Latour y otros que serían célebres y serían olvidados.
La
novela se llamaría El hombre que será presidente y era un juego con
la falla de los objetos del mundo que solo podría solucionar
Macedonio presidente. Por ejemplo lapiceras con una pluma en cada
punta que amenazaban con pinchar el ojo del usuario; peines navaja
que cortaban los dedos y el cuero cabelludo, solapas desmontables de
manera que cuando uno las aferrase para sacudir a su portador se
quedaría con ellas en la mano, cucharas que al introducirlas en la
sopa, se revelaba que eran de papel plateado; manijas del tranvía
que se desprendían haciendo caer al suelo a los viajeros, escaleras
empinadas en las que no hubiera dos escalones iguales (idea que nos
recuerda el cuento de Cronopios y Famas de Julio Cortazar
“Instrucciones para subir la escalera”). La acumulación de estos
objetos hostiles, de la falla del sistema de un mundo de objetos,
llevaría a la gente a pedir la llegada del presidente quitadolor, el
doctor Macedonio Fernandez, restaurador de agrados y placeres.
La única conclusión podría ser que
la única posibilidad que tiene el arte es desligarse de la
actualidad, ser indiferente al nivel de entendimiento que marca el
mercado. En ese sentido la relación del arte con el mundo no cambió
mucho desde la antigüedad hasta hoy, es decir que podemos postular
como una de las condiciones de posibilidad del arte autónomo sería
la actitud ética del artista, la disposición a enfrentarse con la
soledad y la incomprensión. Como Macedonio que vivía apartado en
pensiones míseras del Once perdiendo su obra en cada mudanza.
Hay una idea hermosa en Adorno,
sostiene que la auténtica obra de arte adquiere valor de verdad y
que un arte autónomo puede llegar a romper la realidad establecida.
Eso es lo que quisimos decir trayendo aquí el ejemplo de Macedonio.
De nuevo, cuál es el precio, la
respuesta es el fracaso el silencio y eventualmente la burla y el
rechazo de los contemporaneos.
Finalmente hay una palabra: estética
y una disputa por la palabra que se juega inevitablemente en el
terreno de los medios de comunicación. Allí donde la industria
cultural propone una circulación acelerada de estereotipos y lugares
comunes el arte tendría que proponer una ruptura de los signos
convencionales.
La tarea del artista en ese lugar de
disputa, de resistencia sería la de la construcción no solo de una
estética sino la de una ética.
Industria del espectáculo que dejan
de lado el sujeto que asiste a espectáculos que no lo implican
personalmente, que le proponen ser justamente un espectador, un fun,
un seguidor de un ídolo de un genio o un loco, pero que siempre
estará lejano. De esa manera el sujeto estará ajeno a la
construcción de una versión o una imágen de la realidad.
Como dijimos la proliferación de
dispositivos de reproducción de lo real no nos acerca un sentido y
nos aleja de la experiencia que sería según lo dijo Ricardo Piglia
un modo en el que una persona da sentido a lo que vive o a lo que le
sucede.
Sospecho que la autonomía, la
posibilidad de una autonomía del arte, está más en la forma que en
el contenido, esa ruptura, y traemos nuevamente a Macedonio, que
derriba la actualidad, ese mundo de objetos que la ficción
Macedoniana convierte en absurdo. El arte se correría de esa manera
de la circulación del dinero, de los salones donde se decide el
destino del mundo. En el comienzo las vanguardias actúan en esa
dirección: la subversión de los valores que como se sabe no
bajaron del cielo sino que son humanos, demasiado humanos