No sé si es posible decir algo nuevo sobre la iglesia católica. Uno abre los cajones y se te caen encima historias de horror, de ofensa, y de desilusiones de todos estos años y aún más de los anteriores y de los anteriores a estos. Un infinito que parece haber existido siempre, sin principio ni final que se pueda vislumbrar.
De pronto, luego de seiscientos años, un Papa renuncia y es nombrado el primer Papa argentino.
¿Es esto, como parece, un hecho nuevo, es el comienzo de una nueva historia que requerirá de nuevas palabras, de nuevas ideas y de nuevos actos? ¿Se trata de una restauración o como se dijo en alguna tribuna un desafío para controlar las masas? ¿Es posible, entonces, reconstruir tan fácilmente lo roto, es decir, la fe de millones de personas, el espacio común al que parece imposible volver, y perdón, el cuerpo de los sojuzgados, de los heridos de los torturados?
Todo esto lleva en sus espaldas Francisco. Pero ¿vino él a levantar ese peso? ¿está dispuesto a pagar esa deuda?
¿Y nosotros? ¿qué hacemos con los compañeros que creen y sobretodo qué hacemos con los jóvenes? ¿Tiene sentido tirarles a ellos toda la oscuridad que se cierne sobre la historia, aún sabiendo que no se puede, no se debe prescindir nuevamente de una historia dolorosamente reconstruida? ¿Podremos crear una historia nueva, no ya con la idea de superación, pero sí con la de incluir, esta vez en serio, a todos los hombres de buena voluntad que quieran habitar el suelo de la patria grande?
lunes, 18 de marzo de 2013
martes, 12 de marzo de 2013
La circulación de la palabra
¿Qué tiene de extraordinario un curso de ingreso a un profesorado de filosofía? ¿Puede este acontecimiento, la narración de un hecho, digamos banal, convertirse en objeto de reflexión y aún de escritura? Si lo pensamos bien si. Usemos, como aconsejaba Zizek, no una mirada de frente, de sentido común, realista, sino una mirada al sesgo, de costado, y tal vez advirtamos, luego de leer el artículo, algo pifiado claro, lo extraordinario del caso.
Convengamos que la filosofía, como materia de estudio, no es de las más rentable. En el mismo profesorado, nos referimos al Joaquín V. González, funciona un prestigioso departamento de inglés. Allí van las futuras mujeres y hombres que circularán por los onerosos institutos de enseñanza del idioma del imperio.
Tenemos, entonces, el primer punto extraordinario: mujeres y hombres deciden aprender una materia que en principio no los va a ayudar a salir en las revistas de moda, y un equipo docente liderado por Mónica Da Cunha y Ernesto Iriarte, más docente asociados y alumnos avanzados, que deciden enseñar de una manera, ya veremos, creativa y arriesgada.
Se trabajan autores de la filosofía y de la pedagogía, pero Mónica y Ernesto, y ahí aparece nuevamente lo extraordinario, deciden requerir de la palabra de los estudiantes. ¿Qué pasa allí? ¿No era que los profesores bajan el saber de los héroes del pensamiento? ¿No habían ido los estudiantes precisamente a ello: es decir a que alguien les explique un saber de por sí complejo? ¿No se produjo allí una defraudación, un abandono?
Esa decisión tiene, sin embargo, una recompensa: en principio nadie se mueve de sus lugares y luego los estudiante siguen viniendo con más entusiasmo cada vez. Pero lo más importante, y allí la noticia que merecería salir en los diarios, es que la palabra requerida por Mónica y Ernesto circula, medio temblequeteando al principio, y luego más firme, y finalmente deambula, como toda criatura naciente, discutidora, ruidosa, y por qué no algo irrespetuosa.
Se sabe, en la realidad circulan discursos sofocantes, colonizadores, poderosos, que ofrecen la recompensa del éxito a quienes lo pronuncien. Qué posibilidad tiene, entonces, ese discurso colectivo inventado en el Joaquín, frente al discurso de los aparatos ideológicos de la publicidad y de los medios de comunicación. Muy pocas. Pero si es cierto que los discursos producen sujetos, esas palabras nuevas, que ya queman en la garganta de los estudiantes de filosofía, brillarán pronto en la garganta de otros, de muchos, en un futuro cercano.
O no. Tal vez. Ojalá
Convengamos que la filosofía, como materia de estudio, no es de las más rentable. En el mismo profesorado, nos referimos al Joaquín V. González, funciona un prestigioso departamento de inglés. Allí van las futuras mujeres y hombres que circularán por los onerosos institutos de enseñanza del idioma del imperio.
Tenemos, entonces, el primer punto extraordinario: mujeres y hombres deciden aprender una materia que en principio no los va a ayudar a salir en las revistas de moda, y un equipo docente liderado por Mónica Da Cunha y Ernesto Iriarte, más docente asociados y alumnos avanzados, que deciden enseñar de una manera, ya veremos, creativa y arriesgada.
Se trabajan autores de la filosofía y de la pedagogía, pero Mónica y Ernesto, y ahí aparece nuevamente lo extraordinario, deciden requerir de la palabra de los estudiantes. ¿Qué pasa allí? ¿No era que los profesores bajan el saber de los héroes del pensamiento? ¿No habían ido los estudiantes precisamente a ello: es decir a que alguien les explique un saber de por sí complejo? ¿No se produjo allí una defraudación, un abandono?
Esa decisión tiene, sin embargo, una recompensa: en principio nadie se mueve de sus lugares y luego los estudiante siguen viniendo con más entusiasmo cada vez. Pero lo más importante, y allí la noticia que merecería salir en los diarios, es que la palabra requerida por Mónica y Ernesto circula, medio temblequeteando al principio, y luego más firme, y finalmente deambula, como toda criatura naciente, discutidora, ruidosa, y por qué no algo irrespetuosa.
Se sabe, en la realidad circulan discursos sofocantes, colonizadores, poderosos, que ofrecen la recompensa del éxito a quienes lo pronuncien. Qué posibilidad tiene, entonces, ese discurso colectivo inventado en el Joaquín, frente al discurso de los aparatos ideológicos de la publicidad y de los medios de comunicación. Muy pocas. Pero si es cierto que los discursos producen sujetos, esas palabras nuevas, que ya queman en la garganta de los estudiantes de filosofía, brillarán pronto en la garganta de otros, de muchos, en un futuro cercano.
O no. Tal vez. Ojalá
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