No sé si es posible decir algo nuevo sobre la iglesia católica. Uno abre los cajones y se te caen encima historias de horror, de ofensa, y de desilusiones de todos estos años y aún más de los anteriores y de los anteriores a estos. Un infinito que parece haber existido siempre, sin principio ni final que se pueda vislumbrar.
De pronto, luego de seiscientos años, un Papa renuncia y es nombrado el primer Papa argentino.
¿Es esto, como parece, un hecho nuevo, es el comienzo de una nueva historia que requerirá de nuevas palabras, de nuevas ideas y de nuevos actos? ¿Se trata de una restauración o como se dijo en alguna tribuna un desafío para controlar las masas? ¿Es posible, entonces, reconstruir tan fácilmente lo roto, es decir, la fe de millones de personas, el espacio común al que parece imposible volver, y perdón, el cuerpo de los sojuzgados, de los heridos de los torturados?
Todo esto lleva en sus espaldas Francisco. Pero ¿vino él a levantar ese peso? ¿está dispuesto a pagar esa deuda?
¿Y nosotros? ¿qué hacemos con los compañeros que creen y sobretodo qué hacemos con los jóvenes? ¿Tiene sentido tirarles a ellos toda la oscuridad que se cierne sobre la historia, aún sabiendo que no se puede, no se debe prescindir nuevamente de una historia dolorosamente reconstruida? ¿Podremos crear una historia nueva, no ya con la idea de superación, pero sí con la de incluir, esta vez en serio, a todos los hombres de buena voluntad que quieran habitar el suelo de la patria grande?
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