El título de este artículo remite al libro de Jean Baudrilllard "La guerra del Golfo no ha sucedido", en la que denunciaba que la guerra se había transformado en una virtualidad. No era una mentira, solo que se mostraban los hechos de una forma nueva, usando la estética de los juegos de computadora: solo vimos puntitos brillosos, tomas generales que se parecían a la de las pantallas en las que jugaban los niños. No había sangre, ni gritos de madres, ni llantos de niños. La guerra de Vietnam había sido una gran lección para el imperio.
No es que el mundo ignorara que tales crueldades habían sucedido, lo nuevo era que los autorizaba a creer que el hombre había llegado a la tecnología de la punisión sin dolor y sin muertos. Además en los diarios seguían estando los productos que había que comprar y los espectáculos que había que ver.
Jorge Lanata, entonces ya no es un sujeto llamado así sino una acción comunicativa que usa esa máscara así como en el Golfo se usaron los juegos de computadora.
Porque en un principio, el año pasado, se podía escuchar: "viste lo que denunció Lanata el domingo. Había que tomarse la molestia de argumentar en contra de sus aseveraciones. A esta altura del partido todos saben que lo que se dice en ese programa es mentira, pero a nadie le importa, porque no se trata de si es mentira o no, lo que se ve es una representación, un espectáculo, un discurso que crea la identidad de quien lo ve
lunes, 26 de agosto de 2013
martes, 20 de agosto de 2013
El olor de los doctores
Ahora que las estridencias de la campaña electoral parecen apagarse, vuelvo a escribir, consiente de que quien intenta ese arte arcaico debe restituir primero el sentido que han perdido las palabras, o al menos, recrear la posibilidad de que vuelvan, las palabras digo, a significar algo. Construir un sentido que escape de la ausencia de sentido, que devele, el secreto escondido detrás de las turbulencias cotidianas y de la insustancialidad publicitaria.
El secreto es, y no era tan difícil descubrirlo, la circulación del capital, el factor decisivo en última instancia, la víscera más sensible. Más claro aún, estoy hablando del dinero, que según se sabe, es el objetivo último de estos señores que aparecen tan exaltados en estos días en sus programas de televisión. El dinero que temen perder, el capital que los hace sentirse distintos, mejores que nosotros.
Estos señores elegantes que se lavan las manos luego de tocar dinero, horrorizados de tocar algo que pudo haber tocado el común, dejando su mugre y su olor, pero aún así, no pueden dejar de hacerlo porque lo adoran, es el símbolo de todo lo que creen.
Se lavan las manos, pero, para su tragedia, no hay jabón que pueda limpiarlos, ya que cada día olerán peor, y nada valdrán los títulos ganados, ni la música culta, ni los lugares exclusivos, porque si hay algo que no se puede ocultar es el mal olor y eso los saca de las casillas, los hace perder la compostura, es decir, los hace descomponerse, tal como los nobles, augustos y olorosos cadáveres que cuelgan en sus paredes.
El secreto es, y no era tan difícil descubrirlo, la circulación del capital, el factor decisivo en última instancia, la víscera más sensible. Más claro aún, estoy hablando del dinero, que según se sabe, es el objetivo último de estos señores que aparecen tan exaltados en estos días en sus programas de televisión. El dinero que temen perder, el capital que los hace sentirse distintos, mejores que nosotros.
Estos señores elegantes que se lavan las manos luego de tocar dinero, horrorizados de tocar algo que pudo haber tocado el común, dejando su mugre y su olor, pero aún así, no pueden dejar de hacerlo porque lo adoran, es el símbolo de todo lo que creen.
Se lavan las manos, pero, para su tragedia, no hay jabón que pueda limpiarlos, ya que cada día olerán peor, y nada valdrán los títulos ganados, ni la música culta, ni los lugares exclusivos, porque si hay algo que no se puede ocultar es el mal olor y eso los saca de las casillas, los hace perder la compostura, es decir, los hace descomponerse, tal como los nobles, augustos y olorosos cadáveres que cuelgan en sus paredes.
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