Da un poco de vértigo ver las diversas mutaciones en el elenco de los personajes de la política Argentina.
Luego de que fuera oportunamente superado el esquema que tantas desgracias trajo al país, hablo de la alternancia entre gobiernos elegidos más o menos democráticamente y golpes militares cada vez más furibundos, quedó vacante la representación de lo que ahora se llama grupos concentrados que durante cincuenta años había ejercido el partido militar.
Esa falta fue cubierta en los noventa por la aparición inesperada del gobierno de Carlos Menem, algo así como un prode para ellos. Esa construcción insólita, un clivaje ordinario entre dólar barato y cultura del entretenimiento, no podía durar más de lo que duró en el mundo la ilusión que trajo la caída del Muro de Berlín, que consistía en la acumulación ilimitada del capital sin ninguna adversidad política. Y no podía durar por lo que podemos denominar como la dinámica del escorpión, aquella en la cual en la medida que el capital avanza en su acumulación destruye sus representaciones políticas.
Sobre esa falla en el mecanismo político del capital surgieron en Latinoamérica los movimientos populares que tanta discusión producen. Una grieta en la pared que luego de algunos intentos fallidos (De Narvaes, Mazza) parece querer cubrir Mauricio Macri.
La construcción de Macri trajo en un principio la nostalgia de un Berlusconi local. Salido en un principio, no de un partido preexistente sino del riñon mismo del capital, presidente de un club de fútbol popular, apoyado por la gran maquinaria de los medios, en fin, toda la carne en el asador como suele decirse. Pero aún así la cosa no terminó de funcionar correctamente. No se conseguía humanizar al candidato. Su dicción tortuosa, su bigotito policial y sobretodo un apellido demasiado asociado a las trapisondas del capital vernáculo en el pasado, numerosas estafas al estado, enriquecimiento dudoso, abundante exhibición del botín.
La solución para ese problema fue Gabriela Micheti. Personaje de novela, no solo por su problema personal, explotado hasta el hartazgo, sino por su aparición de la nada hasta el estrellato. De mendiga a reina, cenicienta en silla de ruedas, estuvieron a punto de organizar una boda. De un manotazo los dos perdieron el apellido, fueron Mauricio y Gabriela, no hasta que la muerte los separe pero algo así, porque en el mundo mediático morir puede ser dejar de aparecer en la tele.
Es decir, la politica de recipientes vacíos en la que no es posible analizar ninguna linea ideológica, ya que las ideas las ponen otros, en los que los votantes ponen sus razones o su falta de ellas.
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