viernes, 24 de julio de 2015

La privatización de la verdad

     Qué se puede decir de la estruendosas declaraciones de Mauricio Macri el domingo. Se puede decir, qué flaco favor le hace a la verdad, qué flaco favor le hace a la palabra política.
     La verdad de los números no parece suficiente. Me refiero a los números de los resultados electorales. Los números de la democracia, de la soberanía popular.
     ¿No había ganado el candidato de Macri en tres ocasiones? Primero en la interna, luego en la primera vuelta y finalmente en la segunda vuelta. Otra pregunta, ¿no pertenecían los dos candidatos a un mismo espacio, a un mismo ámbito de ideas?. Estuve a punto de decir que ambos candidatos tenían la misma ideología. Pero lo peor que te puede pasar es que te digan que tenés una ideología.
     Ahí están los hitos centrales de la experiencia kirchnerista que Macri recitó incómodo ante el consternado coro PRO que decía  no como en una antigua tragedia griega. ¿No constituyen esos hechos, esas medidas de gobierno, una ideología, es decir, un sentido determinado que se le quiere dar a un país? Pero el candidato Macri, que no es un producto manufacturado de la nada por los medios como Massa, sino que viene desde su más tierna infancia, como si fuera Juan Carlos de Borbón, preparándose para reinar, había esgrimido con mejor convicción ideas (ideología) opuestas a la que pronunció el domingo.
     Esta claro que el niño de oro no enloqueció. Tampoco su asesor, el improbable Durán Barba que según informa el portal de La Nación comparó a Macri con Hugo Chavez, Rafael Correa y Evo Morales. Ellos profesan la fe en las encuestas, que es la verdad de los números, pero no los números públicos del voto popular, sino a su privatización.Una verdad que no se presenta como ideología pero que lo es. Una verdad que es pura instrumentalidad.
     No son las encuestas que se publican que, como se sabe y como se comprueba cada vez con más frecuencia, son falsas, son para la gilada, sino los números que no se publican, los números secretos que los candidatos pagan caro (caro en todo sentido) y que adoran y obedecen como a un nuevo Dios.

lunes, 6 de julio de 2015

Voto en blanco

     El búho levanta vuelo cuando el día ha terminado. Y qué ha quedado del día: un sabor que con cierta tristeza denominamos sabor de la derrota.
     El día de la votación, a pesar de los sabores que pueda dejar tiene todavía algo de festivo, la memoria de lo festivo tal vez, de aquellos días, hoy lejanos, de los ochenta, cuando con la democracia, tal como lo prometía Raúl Alfonsín, con su sola presencia, se podían solucionar los problemas básicos.
     Claro que no se podía, pero no era ridículo pensarlo, tal como hoy nos parece, si uno cree que se piensa situado en una dinámica histórica que casi nunca declara su sentido, porque ese sentido, que será transitorio, será el resultado del tránsito de ese movimiento histórico, del resultado del conflicto que inevitablemente se produce.
     No creo que valga la pena enumerar uno por uno cada episodio de la historia de los votos en la Argentina, solo nos quedaremos arbitrariamente con el último, el voto de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires en el día de ayer y con una pregunta, tal vez la más banal: por qué gana Macri.
     Si uno la foto que Clarín, el diario de los argentinos, publicó en su portal en el día de hoy, el festejo del PRO, con su ya tradicional estilo escolar, no podrá menos que sentirse ajeno, extranjero, distinto de todo lo que esa imagen representa, de todos esos personajes que se pueden ver, con sus bocas abiertas, danzando sin elegancia. Pero esos dudosos personajes son dirigentes políticos, son representativos, abrumadoramente representativos según lo dice el resultado de la votación. Qué representan, a quién representan. Representan al pueblo.
     Ya que nos cansamos de decir que la política es conflicto, también los términos con que definimos la política deberán ser puestos en disputa y esa disputa, el resultado transitorio de esa disputa, le deja a esos personajes la representación del pueblo de la ciudad. A ellos les gustará decir de la gente de la ciudad, pero no dejará de ser un espacio que no tendrá una definición clara como el de clase social, es decir no será suficiente con saber el lugar en que cada uno se ubica en el mecanismo de producción para predecir su comportamiento político, deberemos usar elementos más débiles, resbalosos, cambiantes.
     Hay en lo que por costumbre llamamos futuro, otra instancia electoral, pero en mi opinión el resultado ya se definió: ganó el neoliberalismo, gano el proyecto (también ese término está en disputa) de la globalización, y la próxima elección se hará en los términos de la globalización: tendremos el ballotage que será el nombre de un simulacro, de una representación, de una mera disputa de imágenes.
     Tendremos nada, si se me permite usar esa expresión ajena a nuestro lenguaje, pero aún en la fiesta de lo uno el no-ser deberá ser representado y mejor representación de la nada que el blanco, el voto en blanco, que es, que será, la representación de una ausencia, de una falta, de una resistencia.