Alguien que escribe, que se arriesga a escribir en el vértigo de lo real, es alguien que necesita ponerle nombre a lo que todavía no lo tiene.
Se escribe para entender no porque se tenga una verdad a priori.
Podemos obviar la narración de lo ocurrido y de la incómodas sensaciones que le producen esos hechos compartidos al yo que escribe.
Buscamos un por qué y a eso vamos a dedicarnos. No se podrá evitar, sin embargo las definiciones tajantes que trae siempre el enojo y la frustración.
Muchos sintieron la candidatura de Scioli como una derrota. No poder ponerle un candidato medianamente competitivo enfrente fue el comienzo de la derrota. Que la fortaleza del liderazgo de Cristina tenga que alimentarse a si mismo y que no pueda derramarse en una organización es una limitación, para no repetir por tercera vez la palabra derrota, del proyecto.
Scioli era visto con razón como un candidato de la derecha o por lo menos proveniente de la experiencia menemista. Pero no había sido justamente Scioli quien había aportado los votos ajenos al kirchnerismo puro que habían permitido el 47% del 2007 y el 54% del 2011.
Creo que de ahí puede provenir una de las causas del resultado del domingo. Así como en el 2009 con De Narvaez o en 2013 con Massa, Scioli no puedo retener para el frente el voto no kirchnerista.
Lejos de dividir el voto opositor, como creía incluso el círculo rojo que le pidió unirse con Macri, Massa le quitó al frente los votos que le permitieron gozar de sus mejores victorias.
Qué puede pasar en la segunda vuelta con esos votos es dificil saberlo. Creo que para captarlos hay que insistir en quitarle a Macri su cobertura mediática. Lo otro sería copiar las lamentables medidas que proponía Massa y creo que eso nunca hay que hacerlo. Aunque el precio sea la derrota.
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