Según se dice en un spot publicitario, Massa ha declarado la guerra al narcotráfico. El candidato parece haber descubierto, supongo que como resultado de la observación de lo filmado por las cámaras de seguridad, que ese es el problema fundamental que tiene el país.
Propone modificar la ley de seguridad que prohíbe la intervención de las fuerzas armadas en la seguridad interna. Los militares, dice, deben bloquear las fronteras pero sobretodo entrar en los barrios más humildes, que según su observación, es donde los narcos infectan a los más pobres. Es curioso la utilización de ese término para referirse a una problemática que tiene su fundamento en las relaciones sociales más que en las biológicas. De cualquier manera el ejército, la aviación y la marina deben ingresar en los barrios pobres no se sabe si como en el desembarco en Normandía o como grupo de tareas derribando puertas y destruyendo humanidades.
La experiencia, en países vecinos, de la intervención militar en el problema del narcotráfico no trajo soluciones duraderas. El ejemplo de Colombia y Méjico son bien conocidos. La experiencia Argentina de la intervención de las fuerzas armadas en problemas internos no es necesario narrarla, todavía sigue estremeciendo la memoria de nuestro país.
No sé cual es la intención de Massa. Su suegro, el Pato Galmarini, había propuesto restituir el cuadro de Videla. Su trayectoria empieza en la Ucede. Pero esos datos biográficos no alcanzan a explicar su irresponsabilidad.
Habíamos dicho que el fantasma que recorre la política argentina es el odio de clase. Ese es el nudo del llamado antiperonismo categoría política que nunca estuvo suficientemente expuesta al análisis. El odio que en manos de la burguesía significa como muy bien lo dijo el otro candidato Mauricio Macri, que cada uno gane lo menos posible por lo que hace.
El pobre entonces, infectado ahora por el narcotráfico como antes lo estuvo de las ideas de emancipación, es el objetivo, nunca dejó de serlo, de la punición oligárquica
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