Tal vez, en su alejada infancia, cuando papá Franco todavía lo preparaba para ser el príncipe de su imperio, el pequeño Mauricio jugara a ser emperador. Ya se sabe, el pulgar para arriba salvaba vidas, el pulgar para abajo las condenaba.
El comienzo de su presidencia, sus precipitados primeros días, estuvieron marcados por esa vocación. Solo que el pulgar estuvo reemplazado por la lapicera presidencial. Yo no soy De la Rua, escribía debajo de cada firma. Los obstáculos fueron creciendo con los días, fundamentalmente porque la obediencia no es lo mismo que el consenso. Hace falta convencer y para convencer es conveniente ofrecer algún dulce aunque sea simbólico. Aunque sea un uno a uno, aunque explote. Nada, desde los medios gubernamentales solo ofrecen consejos para ser un buen pobre.
Ahora "dejaron" pasar la ley que prohíbe los despidos. Una vez más la lapicera se prepara para ser usada, los secretarios la revisan para ver su tiene tinta. Nosotros mientras tanto esperamos la rebelión del pueblo.
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