Hoy no se puede, como en la ilustre época de Hegel, esperar que el ave de minerva tome vuelo al atardecer, no existe una temporalidad que se detenga, una especie de armisticio. Hoy es urgente pensar, hoy cuando la sangre de los niños no vale nada.
Tal vez Marx pensaba en esa urgencia cuando decía que ya no basta con que la filosofía interprete la realidad, de lo que se trataba era de que interviniera en la transformación de ese objeto que se disponía a analizar.
Y no se trata, como dice con mala intención Heidegger y sus dóciles glosistas, que el célebre cabezón intentara saltearse la reflexión para correr ciego hacia el futuro. Marx sabía que no hay experiencia sin reflexión y que no hay reflexión que pueda desarrollarse por afuera de la experiencia.
El hombre se hace sujeto en ese trabajo y la escritura es uno de los ámbitos privilegiados de la experiencia del pensar. Y no porque el escritor se limite a mecanografiar lo ya pensado: la reflexión aparece junto al acto de escribir, en el acto mismo de escribir, como producto de él, incluso cuando el escritor pone en duda las palabras que va a utilizar, porque sabe que si quiere transformar la realidad debe destruir las convenciones del lenguaje que usa el poder para sujetar el pensamiento; debe problematizar la naturalizada relación de las cosas y su nombre, en suma debe intervenir en el conflicto de los contenidos y de las formas, conflicto que llamamos trabajosamente y con hastío literatura Argentina.
Pienso en escritores que se plantearon ese desafío. Macedonio, por supuesto, desde su cátedra de la Perla de Once; Roberto Arlt, pegoteado por críticos que decían que escribía mal y hasta que tenía faltas de ortografía; el Flaco Spinetta cuyas letras para los tribunales de la industria cultural no podían entenderse o no las podían entender un público brutalizado por ellos mismos; y Horacio Gonzalez que desafía los lenguajes publicitarios con los que habla la política y con los que también se neutraliza, con una erudición que ofrece generosamente la galería del pensamiento universal y también artículos sobre el Indio Solari o cartas a Marlowe el famoso detective de Chandler.
La literatura Argentina ha incorporado como consecuencia de esa contienda varios de sus textos más valiosos: el Facundo de Sarmiento, aparecido en diarios Chilenos como folletín con el propósito de derrocar a Rosas, hoy nosotros lo podemos leer como la mayor narración sobre la rebelión del gaucho; Operación Masacre, producto en su origen periodístico originado en la primicia que alguien le deslizó a Walsh: "hay un fusilado que vive" y que luego nadie se animaba a publicar, hoy lo leemos como el precursor de un género que fue llamado no-ficción y que podría haber sido llamado: la ficción de lo real. José Pablo Feinmann agregaría a la lista el Eternauta de Oesterheld, hoy que encontró el nombre de novela gráfica, puede ser absorbido entonces por la tradición literaria Argentina tan poco respetuosa afortunadamente de las formas exteriores a su experiencia.
Filósofos-artistas-escritores denuncian el sistema social no solo desde el testimonio o la denuncia del latrocinio neoliberal, sino discutiendo y hasta negando, con el estilete de sus obras, las formas mismas del sistema, formadoras de una cultura que se hizo a si misma creando monstruos y esclavos
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