domingo, 10 de noviembre de 2019

La última de Woody

Será exagerado decir que día lluvioso en New York del persistente Woody Allen es una película política. Diremos sí que el sentido de una obra se juega en la sala de proyección o tal vez antes en la lectura de lo que suele llamarse crítica. La película no tuvo buena crítica, fundamentalmente porque se la ve desde la actualidad perpetua que proponen los medios. Hace rato Woody se ganó el derecho de ser considerado como un autor y que sus obras sean vistas como pasos de una obra. Obra como totalidad y narrador como productor de sentido. Se sabe que esa temporalidad no encaja con la actualidad periodística. Se decía que el diario de ayer servía para envolver huevos; en la era digital ni siquiera queda esa huella material.
Dónde está la política en la deliciosa liviandad de la película. Fundamentalmente en la búsqueda de sus protagonistas. El chico y la chica típicod de toda comedia románica. Ambos son arrastrados por el tumultuoso azar. Y ambos toman decisiones diferentes. Ella luego de verse envuelta por la tormenta mediática (el segundo oficio más antiguo del mundo) vuelve al sur de la familia Bush. El se queda en la resistencia nostálgica de una ciudad que queda en los deliciosos ritos de los pianos de jazz y torrentosas lluvias de ciudad. ¿No está la grieta norte-sur en esta diyuntiva? Se sabe: allá ganó el norte industrialista de las ciudades sin embargo el sur petrolero tiene con el neoliberalismo su revancha.
Un placer Woody. Habrá un día que no habrá una nueva película de Allen para ver. Esa noticia la tomaremos como la despedida de un amigo, como el final de un diálogo fundamental

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