Ya está en marcha la máquina de despedazar al Barcelona. El periodismo deportivo actúa igual que el político pero sin filtro, con la brutalidad que supone hablar de algo que es solo un juego, como si se tratara de una película.
En el fútbol la intencionalidad se debilita, no está, en apariencia manchada de interés económico, que es el interés más reconocible. Esa mancha sin embargo existe pero es lo de menos. Lo que en el periodismo deportivo se trafica es la estrategia de un lenguaje, una manera de ver el mundo, en fin, una ideología.
Nuestro Marcelo Bielsa dijo alguna vez que el éxito es una excepción, que lo que en general pasa en nuestra vida es el trabajo y las pequeñas y grandes renuncias que supone una vida dedicada a la pasión.
Barcelona, Guardiola y Messi son la excepción a esa regla. Tienen una vitrina repleta de gloria ganada con buenas artes y hasta con belleza. Pero claro, también pierden. Y a veces por goleada. Entonces los buitres del lenguaje tendrán su oportunidad de ser terminantes, asertivos y por qué no sabios. La reducción del lenguaje con la que operan se desatará entonces, sin pudor
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