Voy a animarme a escribir la palabra muerte. No me propongo escandalizar ni sumarme a ningún tipo de amarillismo. Me animo a preguntar: ¿me puede tocar a mí, le puede tocar a mis queridos? Si, por qué no. Ninguno de nosotros le va a poner fecha a ese día. Vamos armados de nuestro cinismo y de nuestra ceguera pero las sombras vienen en grandes oleadas. Acá a 1500 kilómetros de Baires soñamos con vivir en el paraíso. El virus nos parecía ajeno viviendo tan cerca del mar que es igual al cielo pero que está a nuestra altura. Heidegger calificaba de inauténtica a la conducta que nos lleva a negar la muerte. Eramos inauténticos: ya no. Pero amamos la vida. Ese impulso maravilloso que nos impulsa a escribir para que nos lean las amigas y los amigos, a los que también queremos cuidar.
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