Me alegra mucho la candidatura de Leandro Santoro en capital. Será porque el recorrido del alfonsinismo al kirchnerismo tambièn fue mi camino. Ahora esa experiencia lejana del alfonsinismo y la más cercana del kirnerismo es productiva en la medida de que nos deje algún aprendizaje.
Toda esta introducción es para decir que no me gusta el perfil que esta tomando su campaña. El corte de pelo. La afeitada. Y lo que es peor lo que deja hacia adentro esa transformación capilar.
Escuche casi todo un reportaje que le hace Ernesto Tenenbaum por radio. Primer error: Tenenbaum no es un periodista es un operador. Lleva sutilmente o no tanto el reportaje a restaurar la operación "visitas a la residencia de Olivos". Santoro se niega debilmente a criticar al presidente pero no dice ninguna palabra que analice minimamente lo que se le estaba diciendo. Cómo un presidente no va a tener reuniones en medio de una pandemia mundial. De qué privilegio me hablan, se trata de algo necesario para el ejercicio de sus funciones. Es como si se considerara un privilegio que las ambulancias vayan a alta velocidad. Y lo último la impugnación de Taiana como ministro de defensa porque supuestamente recibió una vacuna en forma irregular. Otra operación, dos al precio de una. Y Leandro tampoco respondió con la energía que debía para defender a un militante ejemplar. Basta leer la macarteada de La Nación para saber de qué estamos hablando.
El presidente Fernandez dió reportajes a todo el mundo cuando asumió. Se quería diferenciar de las cadenas de Cristina. No le sirvió de nada. Basicamente porque no se trata de una cuestión de modales. Se trata de una lectura política errada de la realidad. Dos años después Leandro Santoro cae en la misma trampa. Es grave. Porque no se trata de ganar o perder una elección. La batalla es prolongada y minimamente se tiene que saber desde donde dispara el enemigo
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