¿Hubo una cultura de la dictadura? La pregunta parece llevar en sí la respuesta pero no es así, ni siquiera estamos seguros de querer responderla. Podemos agregar otra aún más incómoda: ¿ qué queda de esa cultura en el presente?
Como respuesta podemos nombrar, con facilidad, nombres propios de conductores televisivos; de cantantes devenidos directores de cine o algo parecido; de señoras con modales refinados; de facultades privadas de donde salieron los cuadros del proceso; e incluso de un medio de comunicación que hoy es cuestionado por el estado. Pero no. La lista siempre va a ser incompleta y nos va a dejar insatisfechos o va a repetir algo ya dicho, probablemente mejor escrito y documentado, por algún escritor profesional. Prefiero contar una historia personal. Vino a mi memoria en estos días (¿vienen los hechos hasta una memoria inmóvil o son traídos por alguien y en ese caso por quién?) un recital que se realizó creo que en el año 1977 (el error, lo inexacto, la recreación y sobretodo el olvido son tintas que usa la memoria) en el club Hípico de Palermo. Fui a ese recital con mi hermana. Tocaban otros músicos (Lito Nebbia era uno de ellos) pero fuimos especialmente para ver a Spinetta. ¿Por qué? La dictadura estaba en plena tarea. El silencio parecía cubrirlo todo. Fuimos porque sentíamos que íbamos a encontrar la diferencia (leímos hace poco, en un libro de José Pablo Feinmann, que el ser es la diferencia. Que todo en su ser se refiere a otro con el cual se diferencia). Es decir, la palabra poética, viajando, traída para nosotros por la voz de ese músico que esa noche iba a tocar para nosotros.
Era nuestro secreto, no importaba si ese secreto era compartido por cientos de pelilargos. El vacío, lo no dicho, lo secreto, era la diferencia, todo lo demás era la estridencia enceguecedora de la dictadura.
Ese hombre, ese flaco de voz aguda, no nos defraudó: dijo la palabra poética, esa que "no se entiende", que no puede ser incluida en una publicidad o en un comunicado. Cantó esas palabras que están más familiarizada con los gemidos de alguien que ha perdido la razón (Starosta) o con los susurros que usan los amantes (quién se preocupa por el significado de esas palabras dichas al oido).
Hoy los diarios amarillos dicen que esta enfermo. No sé. Lo que supe definitivamente, luego de aquel recital, es donde está la diferencia. No en un cuerpo débil que resiste sino en la palabra poética que se dice, a veces heroicamente, como aquella, ya lejana, noche de 1977.
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