sábado, 10 de marzo de 2012

El ruido que está en el aire

     Si no está Tinelli bueno es Marley. Todavía sé distinguirlos, aunque es evidente que están emparentados.
     Me llegan desde la casa de los vecinos. Desde las distintas casas, porque entro al edificio y desde los distintos departamentos de la planta baja se oye en general lo mismo: una estridencia, un ruido sólido y amenazador que apenas logro apagar cuando entro en mi departamento y pongo mí música. Con algo de culpa porque esas obras no fueron compuestas para esa lucha titánica de sonidos, o tal vez si, no sé. La estridencia televisiva, en todo caso, es una forma del silencio, de aplastar todas las diferencias, de imponerse con prepotencia.
     Esa unanimidad de los vecinos me hace preguntarme si yo también debería ver esos programas. Si quiero hablar del poder, sin duda, tendría que conocerlos. Ya lo dijo el maestro Feinmann, los culos de Tinelli son ideología pura. Pobres culos, tan lindos ellos.
     Sin embargo sé que la cuota del cable es de 170 pesos. ¿No es demasiado? Si los seguidores de este blog (son seis, pero pronto serán millones) quieren leer mis brillantes análisis acerca de estos señores, deberán mandarme un giro. Ah, no se olviden de agregar algodón para taparme los oídos. Continuará

jueves, 8 de marzo de 2012

No somos ciegos

     Hablábamos de un lenguaje que en Internet pasa de la oralidad a la escritura, y de los cambios de sentido que ese traspaso podía provocar. El insulto proferido en un bar, con su propósito canchero y prepotente, se prolongaba en el tiempo y se hacía más grave, en la medida que quedaba a disposición de los que lo quisieran leer en la red.
     Hay otro lenguaje, sin embargo, que quiere pasar del peso de lo escrito a la liviandad de lo oral. Los escritores profesionales, periodistas, lobbistas o como quiera que se llamen quieren que sus escritos adquieran la labilidad o la liquidez, para usar un término de moda, del registro oral. Quieren que a sus escritos se los lleve el viento. Les basta con que queden en "la tapa" del diario de ese día y que provoquen el efecto de desgaste de la voz pública buscado, para dar paso a otra nota que podrá ser propia o de otro colega. En tiempos en los que se proclama, entre otras muertes, la muerte del autor, saben que forman parte de una escritura colectiva, de un discurso que hoy puede estar en la tapa de un diario, minutos después en algún posteo de Internet, luego en un tweet y finalmente naturalizado en la boca de cada uno de nosotros. Algo así como una combinación de golpes del mejor Alí contra un boxeador ciego.
     Claro que nosotros de ciegos no tenemos nada. Continuará...

lunes, 5 de marzo de 2012

Odio en internet

     Qué sentido tienen las manifestaciones de odio que se pueden leer en Internet. O debería decir que uno se ve forzado a leer, porque se choca con ellas en ámbitos amables en los que se espera intercambiar infinitas banalidades y no insultos.
     Qué sentido tienen, qué nos quieren decir aquellos que la escriben. ¿Se trata de viejas voces fantasmales de un Antiperonismo arcaico que dejó para la historia expresiones como aluvión zoológico o como viva el cáncer, o se trata de algo nuevo?.
     Lo nuevo, me animo a decir, es la posibilidad de publicar ideas, para aquellos que en otra época no la hubieran tenido. Lo que antes era dicho en el minúsculo y anónimo espacio de una mesa de café y era escuchado por un par de amigos, queda ahora disponible para un número impensado de personas. Pero cuidado, aquel que ahora escribe, esta condenado a ser identificado por su escritura, lo que dice se solidifica y continúa siendo dicho en el tiempo. Somos, aquellos que escribimos, a partir del momento que publicamos aquello que hemos escrito en nuestro precario estilo literario. Y si lo que hemos escrito con descuido, son frases de odio, seremos ese odio, y nuestras palabras quedaran sonando en la incómoda cabeza del incauto que las leyó.
     De todas maneras, esas frases brutales están en el viento, esperando ser dichas por cualquiera, inclusive por Videla. Algunos que la dicen, incluso un genocida, suponen que encontrarán alguna respuesta favorable, sino no la dirían.
     Esas voces, repito, no eran publicadas, tampoco la mía. Es de esperar un esfuerzo del espíritu para lograr un registro del lenguaje alejado del odio que haga posible el diálogo