Hablábamos de un lenguaje que en Internet pasa de la oralidad a la escritura, y de los cambios de sentido que ese traspaso podía provocar. El insulto proferido en un bar, con su propósito canchero y prepotente, se prolongaba en el tiempo y se hacía más grave, en la medida que quedaba a disposición de los que lo quisieran leer en la red.
Hay otro lenguaje, sin embargo, que quiere pasar del peso de lo escrito a la liviandad de lo oral. Los escritores profesionales, periodistas, lobbistas o como quiera que se llamen quieren que sus escritos adquieran la labilidad o la liquidez, para usar un término de moda, del registro oral. Quieren que a sus escritos se los lleve el viento. Les basta con que queden en "la tapa" del diario de ese día y que provoquen el efecto de desgaste de la voz pública buscado, para dar paso a otra nota que podrá ser propia o de otro colega. En tiempos en los que se proclama, entre otras muertes, la muerte del autor, saben que forman parte de una escritura colectiva, de un discurso que hoy puede estar en la tapa de un diario, minutos después en algún posteo de Internet, luego en un tweet y finalmente naturalizado en la boca de cada uno de nosotros. Algo así como una combinación de golpes del mejor Alí contra un boxeador ciego.
Claro que nosotros de ciegos no tenemos nada. Continuará...
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