Las mercancías no hablan. Se limitan a permanecer cerca o lejos de nosotros, accesibles o no, visibles e inmóviles, pero siempre mudas.
Es cierto que el discurso publicitario, es decir, los carteles en la calle, los avisos en la televisión o en la radio, bien pueden identificarse como el lenguaje que las mercancías por si misma no emiten.
La repetición es la estrategia más común de ese discurso. Esa repetición, a pesar de su estridencia y de sus colores agresivos, no cansa, se incorpora a nosotros, se naturaliza sin causar el mínimo conflicto.
¿Viste tal propaganda? Las propagandas, según su estrategia, pueden ser chistosas o conmovedoras, cargadas de erotismo o de violencia: hay una propaganda para cada uno de nosotros. Pero, ¿no somos nosotros mismos, nuestra vestimenta, nuestro consumo, nuestro lenguaje, nuestra propia vida en definitiva, una manifestación de las mercancías, una especie de trascendencia de esos objetos que nosotros mismos les prestamos sin que se nos haya pedido?
Hay, podemos concluir, un gobierno de las mercancías. Ellas ocupan todo el espacio, son pura inmanencia, no hay nada fuera de ellas. Como el Dios de la edad media reinan y se hace su voluntad.
Ahora ¿se puede modificar esta realidad? Sí, se puede. A la inmovilidad del mundo de las mercancías le debemos imponer la actividad humana; a la repetición de lo viejo, la creatividad; y al silencio de las mercancías la comunicación entre los hombres
miércoles, 25 de abril de 2012
sábado, 14 de abril de 2012
Por qué habla Videla
Tan importante es pensar en lo que dice Videla como pensar en por qué lo dice, por qué habla. En principio se trata de una desobediencia, de una ruptura. Dice: hubo siete u ocho mil desaparecidos. Dice: los empresarios y la iglesia estaba de acuerdo. Todos lo sabíamos pero tiene mucho peso simbólico que Videla lo diga.
En el relato procesista Videla era el cadete, el austero, el silencioso, el que leía libros religiosos durante los juicios. Massera era el putañero, el corrupto, el que dirigía la Esma. Pero el peor de sus crímenes era que coqueteaba con el populismo: le mandaba flores a Isabel y dólares a Firmenich. Era tan malo que se convertía en una anomalía, en un exceso.
Ahora Videla habla y la diferencia se derrumba. Videla se desnuda en público y desnuda al sistema. Videla dice: queríamos disciplinar la sociedad para imponer una economía liberal. Mejor síntesis imposible.
La frutilla del postre es la utilización del término disposición final que, según dice Videla, en el vocablo militar significa "sacar de servicio una cosa inservible".
En el relato procesista Videla era el cadete, el austero, el silencioso, el que leía libros religiosos durante los juicios. Massera era el putañero, el corrupto, el que dirigía la Esma. Pero el peor de sus crímenes era que coqueteaba con el populismo: le mandaba flores a Isabel y dólares a Firmenich. Era tan malo que se convertía en una anomalía, en un exceso.
Ahora Videla habla y la diferencia se derrumba. Videla se desnuda en público y desnuda al sistema. Videla dice: queríamos disciplinar la sociedad para imponer una economía liberal. Mejor síntesis imposible.
La frutilla del postre es la utilización del término disposición final que, según dice Videla, en el vocablo militar significa "sacar de servicio una cosa inservible".
lunes, 9 de abril de 2012
Historia de una frase
Todo muerto tiene derecho a su historicidad, más aún si ese muerto ha dejado palabras dichas en el drama de la historia pública. Se sabe: la comprensión del pasado requiere de un cambio en las relaciones de poder y además de un trabajo doloroso y del sacrificio de las distintas generaciones de trabajadores y de las manos que van escribiendo el texto colectivo.
Quiero llegar a una frase dicha por un dirigente radical que quizás algunos recuerden: Juan Carlos Pugliese. Ya era un prohombre de la democracia cuando fue llamado por el entonces presidente Raúl Alfonsín para ocupar el cargo de ministro de economía en los tortuosos días finales de su gobierno. Había ganado status de prócer gracias al relato mítico que se había hecho sobre el gobierno de Illia en los primeros tiempos de la democracia: un humilde médico de Córdoba que había gobernado este país con un grupo de dirigentes honestos y había sido derrocado por un grupo de militares fascistas y dirigentes sindicales cómplices. Ese mito despolitizado nos decía que bastaba con un gobierno honesto para que el país encontrara su rumbo sus habitantes la felicidad. Alfonsín tenía una frase que iba hasta ese punto: con la democracia se cura, se come, y no sé cuántas cosas más. Es decir: no se hablaba de un cambio de sistema, solo se reemplazaba a militares por civiles honestos y abriríamos nuevamente la puerta de las fábricas.
Vayamos finalmente a la frase: Pugliese, ya como ministro de economía, se reunió con representantes del poder económico, en medio de un ya lanzado golpe de mercado y declara al salir de la reunión: les hablé con el corazón y me contestaron con el bolsillo.
Hoy podemos caer fácilmente sobre esa frase, no solo porque pasaron más de veinte años desde que fue dicha, sino porque las relaciones de poder son distintas. Pero para dejar atrás esa frase y lo que implica hizo falta el sacrificio de millones de trabajadores que fueron dejados en la calle y que se sumaron como víctimas a los miles que podrían haberlos defendido pero desaparecieron en la oscuridad de la dictadura.
Hay, sin embargo, otro relato, que es el que escribió Rodolfo Walsh en su carta de un escritor a la junta militar. En el unía las muertes de la represión con el sistema económico que el denominó como "miseria planificada". No pudimos leerla cuando fue escrita por la censura y luego por la ceguera más o menos voluntaria de los años ochenta y noventa. Ahora está sobre la mesa. Es lo que se está discutiendo en estos días, aunque pensemos que estamos hablando de otra cosa.
Quiero llegar a una frase dicha por un dirigente radical que quizás algunos recuerden: Juan Carlos Pugliese. Ya era un prohombre de la democracia cuando fue llamado por el entonces presidente Raúl Alfonsín para ocupar el cargo de ministro de economía en los tortuosos días finales de su gobierno. Había ganado status de prócer gracias al relato mítico que se había hecho sobre el gobierno de Illia en los primeros tiempos de la democracia: un humilde médico de Córdoba que había gobernado este país con un grupo de dirigentes honestos y había sido derrocado por un grupo de militares fascistas y dirigentes sindicales cómplices. Ese mito despolitizado nos decía que bastaba con un gobierno honesto para que el país encontrara su rumbo sus habitantes la felicidad. Alfonsín tenía una frase que iba hasta ese punto: con la democracia se cura, se come, y no sé cuántas cosas más. Es decir: no se hablaba de un cambio de sistema, solo se reemplazaba a militares por civiles honestos y abriríamos nuevamente la puerta de las fábricas.
Vayamos finalmente a la frase: Pugliese, ya como ministro de economía, se reunió con representantes del poder económico, en medio de un ya lanzado golpe de mercado y declara al salir de la reunión: les hablé con el corazón y me contestaron con el bolsillo.
Hoy podemos caer fácilmente sobre esa frase, no solo porque pasaron más de veinte años desde que fue dicha, sino porque las relaciones de poder son distintas. Pero para dejar atrás esa frase y lo que implica hizo falta el sacrificio de millones de trabajadores que fueron dejados en la calle y que se sumaron como víctimas a los miles que podrían haberlos defendido pero desaparecieron en la oscuridad de la dictadura.
Hay, sin embargo, otro relato, que es el que escribió Rodolfo Walsh en su carta de un escritor a la junta militar. En el unía las muertes de la represión con el sistema económico que el denominó como "miseria planificada". No pudimos leerla cuando fue escrita por la censura y luego por la ceguera más o menos voluntaria de los años ochenta y noventa. Ahora está sobre la mesa. Es lo que se está discutiendo en estos días, aunque pensemos que estamos hablando de otra cosa.
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