Tan importante es pensar en lo que dice Videla como pensar en por qué lo dice, por qué habla. En principio se trata de una desobediencia, de una ruptura. Dice: hubo siete u ocho mil desaparecidos. Dice: los empresarios y la iglesia estaba de acuerdo. Todos lo sabíamos pero tiene mucho peso simbólico que Videla lo diga.
En el relato procesista Videla era el cadete, el austero, el silencioso, el que leía libros religiosos durante los juicios. Massera era el putañero, el corrupto, el que dirigía la Esma. Pero el peor de sus crímenes era que coqueteaba con el populismo: le mandaba flores a Isabel y dólares a Firmenich. Era tan malo que se convertía en una anomalía, en un exceso.
Ahora Videla habla y la diferencia se derrumba. Videla se desnuda en público y desnuda al sistema. Videla dice: queríamos disciplinar la sociedad para imponer una economía liberal. Mejor síntesis imposible.
La frutilla del postre es la utilización del término disposición final que, según dice Videla, en el vocablo militar significa "sacar de servicio una cosa inservible".
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