miércoles, 25 de abril de 2012

El discurso de las mercancías

     Las mercancías no hablan. Se limitan a permanecer cerca o lejos de nosotros, accesibles o no,  visibles e inmóviles, pero siempre mudas.
     Es cierto que el discurso publicitario, es decir, los carteles en la calle, los avisos en la televisión o en la radio, bien pueden identificarse como el lenguaje que las mercancías por si misma no emiten.
     La repetición es la estrategia más común de ese discurso. Esa repetición, a pesar de su estridencia y de sus colores agresivos, no cansa, se incorpora a nosotros, se naturaliza sin causar el mínimo conflicto.
     ¿Viste tal propaganda? Las propagandas, según su estrategia, pueden ser chistosas o conmovedoras, cargadas de erotismo o de violencia: hay una propaganda para cada uno de nosotros. Pero, ¿no somos nosotros mismos, nuestra vestimenta, nuestro consumo, nuestro lenguaje, nuestra propia vida en definitiva, una manifestación de las mercancías, una especie de trascendencia de esos objetos que nosotros mismos les prestamos sin que se nos haya pedido?
     Hay, podemos concluir, un gobierno de las mercancías. Ellas ocupan todo el espacio, son pura inmanencia, no hay nada fuera de ellas. Como el Dios de la edad media reinan y se hace su voluntad.
     Ahora ¿se puede modificar esta realidad? Sí, se puede. A la inmovilidad del mundo de las mercancías le debemos imponer la actividad humana; a la repetición de lo viejo, la creatividad; y al silencio de las mercancías la comunicación entre los hombres

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