¿Podrá la muerte restituir la vida?. En todo caso: cuántos muertos hace falta: mil asesinatos por cada muerto; diez mil, un millón, seis millones. ¿Sirven los heridos, los torturados, las violadas, los mutilados? ¿Serán alimento suficiente? ¿En qué momento y de qué manera el asesinado trasfiere humanidad al muerto? Luego de la trasferencia si es que existiera tal cosa en la realidad: ¿es posible una comunidad del asesinado y el muerto? ¿Estará el muerto satisfecho con su restitución o habría preferido asesinar a otro, recuperar la humanidad de otro asesinado? ¿Estará contento el asesinado con su sacrificio?
Pido perdón por estas preguntas absurdas a quien pueda ocasionar dolor. Son absurdas porque no tienen respuesta y más aún porque ni siquiera la esperan. Son los argumentos de la industria de la guerra cada vez que comienza a funcionar. Una verdad impuesta a la fuerza.
Evité referirme a un hecho puntual en la historia, aunque creo que cada uno que la lea sabrá ponerle nombre a los asesinos. Y lo último que pido es que nadie mate en mi nombre, ni que nadie me mate. No adhiero al argumento de la muerte Quiero seguir buscando lo poético en lo real, es decir el misterio que se abre cuando se rompe con la literalidad del poder.
Había una foto de una joven que ponía una pequeña flor en el fusil de un soldado. Creo que pertenece a la restitución democrática en Portugal. No importa. Hoy resulta dolorosamente ingenua y a la vez provoca una nostalgia insoportable.
PAREN DE MATAR
lunes, 28 de julio de 2014
lunes, 21 de julio de 2014
El tiempo de un mundial
Los mundiales de fútbol generan un efecto raro de suspensión. Nada es como suele serlo en lo que solemos llamar cotidianidad. La gente no corre de un lado a otro, todo puede dejarse para dentro de dos horas o para el día siguiente, lo que demuestra que ese tiempo de vacío y velocidad es arbitrario y es impuesto con el sentido de enloquecer, de que la reflexión, que aparece en la quietud y en la calma no sea posible.
El tiempo de los mundiales parece más calmo. El unánime celeste y blanco anula casi totalmente la sensación de temor que tan trabajosamente han instalado en nosotros. Los bocinazos del triunfo buscan algo parecido a una complicidad, no una agresión. El otro no es un enemigo o por lo menos no lo es con la intensidad que suele serlo.
Se dirá que todo es falso y que ni bien termine el mundial (ya terminó) todo va a seguir igual. Es verdad, pero por lo menos tenemos que tener la conciencia que si las relaciones culturales que supimos lograr son suspendidas por el tiempo de un mundial es que son tan falsas como la fiesta que dura ese mes o mes y medio. Nadie puede suspender lo que es natural.
A los compañeros que dicen que el fútbol es el opio de los pueblos y que no hay que descansar en la lucha, les diría que tal vez en nuestras vidas tenemos suficientes vacaciones y queremos trasladar a los demás algo de nuestro espíritu patronal no suficientemente decostruído.
El fútbol es un juego maravilloso. Basta un poco de papel abollado y un par de puloveres para armar un partido con los amigos y ,ahora por suerte, también con alguna amiga que la mueve bien.
La selección Argentina llegó al segundo puesto y se lo festejó: esta bien. Me gusta la tradición olímpica del podio. Allí no hay un único ganador, o sí lo hay pero se sabe que el segundo (medalla de plata) y aún el tercero (medalla de bronce) son merecedores de admiración.
En el tiempo lento del mundial hubo incluso espacio para hablar de grupo y de una camiseta con todos los números. El equipo es el otro y también nosotros, una totalidad hecha de amor y juego.
El tiempo de los mundiales parece más calmo. El unánime celeste y blanco anula casi totalmente la sensación de temor que tan trabajosamente han instalado en nosotros. Los bocinazos del triunfo buscan algo parecido a una complicidad, no una agresión. El otro no es un enemigo o por lo menos no lo es con la intensidad que suele serlo.
Se dirá que todo es falso y que ni bien termine el mundial (ya terminó) todo va a seguir igual. Es verdad, pero por lo menos tenemos que tener la conciencia que si las relaciones culturales que supimos lograr son suspendidas por el tiempo de un mundial es que son tan falsas como la fiesta que dura ese mes o mes y medio. Nadie puede suspender lo que es natural.
A los compañeros que dicen que el fútbol es el opio de los pueblos y que no hay que descansar en la lucha, les diría que tal vez en nuestras vidas tenemos suficientes vacaciones y queremos trasladar a los demás algo de nuestro espíritu patronal no suficientemente decostruído.
El fútbol es un juego maravilloso. Basta un poco de papel abollado y un par de puloveres para armar un partido con los amigos y ,ahora por suerte, también con alguna amiga que la mueve bien.
La selección Argentina llegó al segundo puesto y se lo festejó: esta bien. Me gusta la tradición olímpica del podio. Allí no hay un único ganador, o sí lo hay pero se sabe que el segundo (medalla de plata) y aún el tercero (medalla de bronce) son merecedores de admiración.
En el tiempo lento del mundial hubo incluso espacio para hablar de grupo y de una camiseta con todos los números. El equipo es el otro y también nosotros, una totalidad hecha de amor y juego.
martes, 15 de julio de 2014
Messi y la pecera mediática
No sé si podemos decir que vivimos sumergidos en lo mediático. Algunos imaginarán ese mundo diminuto y asfixiante como una pecera. El poder nos miraría desde afuera con la implícita amenaza de no tirarnos comida o de cortarnos el oxígeno o aún peor de sacarnos el agua en la que nadamos y respiramos. Sería un poder omnipotente, no habría un afuera, ni menos un mundo alternativo al que se pueda navegar desde esas aguas turbias y llenas de amenazas.
Otros verían en ese mundo imaginado una exageración, la rutinaria queja de llorones que no pueden dejar de hablar de su derrota.
Qué se puede decir en ese contexto de los jugadores de fútbol en un mundial. Que disponen de una pecera de lujo para nadar, iluminada y visible desde cualquier lugar del mundo. Se diría que son los peces más privilegiados, allí frente a nosotros, rápidos, hermosos, fuertes como ninguno. Nuestro equipo estuvo allí, en esa pecera de lujo, como uno de los mejores. Cada uno de nuestros muchachos nos contó una historia: Romero y su superación; Mascherano y su heroísmo salvando nuestro ejército en el último segundo; Sabella y su humildad de abuelo bueno y compañero; y finalmente nuestro niño de oro, Lío Messi, capaz de darle a la pelota (gol contra Irán) trazos dignos de un pintor surrealista.
Pero, qué cansado se lo veía a nuestro niño sosteniendo su premio de oro, premio que no pidió y que tal vez no quería sostener. Allí arriba, en su tarima de mejor de todos, debe estar pensando, me lo imagino, lo que cada uno de nosotros soñamos en nuestras propias pecera, salir de una vez por todas de la asfixia de esa caja de vidrio y navegar y navegar, sin saber adonde, solo con el viento en nuestra cara guiándonos.
Otros verían en ese mundo imaginado una exageración, la rutinaria queja de llorones que no pueden dejar de hablar de su derrota.
Qué se puede decir en ese contexto de los jugadores de fútbol en un mundial. Que disponen de una pecera de lujo para nadar, iluminada y visible desde cualquier lugar del mundo. Se diría que son los peces más privilegiados, allí frente a nosotros, rápidos, hermosos, fuertes como ninguno. Nuestro equipo estuvo allí, en esa pecera de lujo, como uno de los mejores. Cada uno de nuestros muchachos nos contó una historia: Romero y su superación; Mascherano y su heroísmo salvando nuestro ejército en el último segundo; Sabella y su humildad de abuelo bueno y compañero; y finalmente nuestro niño de oro, Lío Messi, capaz de darle a la pelota (gol contra Irán) trazos dignos de un pintor surrealista.
Pero, qué cansado se lo veía a nuestro niño sosteniendo su premio de oro, premio que no pidió y que tal vez no quería sostener. Allí arriba, en su tarima de mejor de todos, debe estar pensando, me lo imagino, lo que cada uno de nosotros soñamos en nuestras propias pecera, salir de una vez por todas de la asfixia de esa caja de vidrio y navegar y navegar, sin saber adonde, solo con el viento en nuestra cara guiándonos.
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