¿Es posible una restauración? ¿Es posible que las cosas vuelvan a su origen, tal cual fueron, luego de que fueron vividas? No puedo responder a esas preguntas, pero de lo que estoy seguro es de que hay muchos, quizás yo mismo, que deseamos que de alguna u otra forma esa posibilidad sea cierta.
¿No fue el kirchnerismo una restauración de la memoria de los setenta y también la de los aún más viejos, la generación de mi padre que estuvo en la Plaza de Mayo en aquel octubre siempre cercano?
Se restauró entonces una memoria, es decir una interpretación, un relato como les gusta decir a muchos patrones de la palabra creyendo desvalorizar las que usan los demás.
Sobrevive una nostalgia, que no es precisamente tristeza sino testimonio de que en verdad valió la pena vivir, ese hecho que el pueblo atesora en la lujosa memoria del arte o la más humilde de las mesas de cafe. Así se guardo la memoria del peronismo en épocas del decreto 4161, que es útil recordarlo una vez más, fue el decreto que criminalizaba la mención de la palabra Perón.
La restauración de esa memoria de esos días luminosos y también la de los de derrota y tragedia tuvo como propósito cargarlos de sentido y permitirles que sigan produciendo consecuencias materiales beneficiosas para el pueblo, la recuperación de millones de puestos de trabajo y también la dignidad de tres millones de trabajadores mayores que no había podido jubilarse como consecuencia de la tragedia neoliberal entre otras medidas como los planes sociales que distribuyeron el ingreso como no se hacía desde el primer peronismo.
Qué memoria querrán restaurar el grupo político conservador triunfante. Espero que no sea el de la violencia. No creo tampoco que puedan. Esa memoria ha sido abundantemente interpretada e intervenida. Los asesinos han sido juzgados y encarcelados. Los grupos económicos integrantes de aquella dictadura y sus aliados internacionales siguen vivitos y coleando. Son gente de temer. Sus ceos ocupan los ministerios. Pero van a tener que negociar con el pueblo organizado y liderado por Cristina, cosa a la que no están acostumbrados. El cincuenta y un por ciento de los argentinos han confundido el país con una empresa. Veremos que pasa cuando termine la fiesta y se desinflen los globitos amarillos
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