martes, 20 de diciembre de 2016

Un tanguito de Homero

     ¿Por qué se recuerda una canción? Lo más común en la derrota cotidiana es que sea producto de la máquina de repetir. Allí donde estés, estará la canción. Si se pretende esquivar, o gambetear como podría decirse, será imposible. El caminante se subirá en algún momento a un taxi o a un colectivo, o entrará a un comercio: allí estará la canción, o solo el estribillo de esa canción, no hace falta más, no hay más que eso. Sin embargo, en ocasiones privilegiadas, desde las brumas de los recuerdos atesorados, casi asfixiados por el pegajosa insistencia de la realidad, surgen fragmentos de queridas canciones.
     En este caso, en los días que corren, me encuentro sujetado por un hermoso tango de Homero Manzi, del remoto año de 1934, El Pescante. Lo suele cantar mi vieja. Ella suele extraer un fragmento del estribillo, o es la parte que suele cantar en voz alta, vaya a saber por qué: "vamos por viejas rutinas", y agrega en voz más baja, "tal vez de una esquina nos llame René.
     Llegados mis cincuenta y seis años no puedo hacer otra cosa que analizar el fragmento. Por qué quedo tanto en el recuerdo de mi madre como en el mío.
     Viejas rutinas nos dice Homero, la amorosa repetición parece tener el poder de convocar a viejos espectros del pasado. La repetición sería un conjuro secreto por el que vendría René, al que no conocer pero suponemos habrá sido un querido amigo de Manzi.
     Repitamos viejos ritos y volverán los viejos amigos, tal vez también nosotros mismos como éramos entonces.
     La vieja lucha contra el tiempo, o en cualquier caso en medio de las aguas oscuras del olvido.
     Vamos atravesando el pasado le dice Homero al tungo flaco que resignado tira de un carro fantasmal por las piedras de Constitución

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