Qué es lo que, todavía hoy, habiendo pasado ríos de lodo y fuego, no podemos simbolizar. Lo real, diría Lacan, el horror, diría Kurtz con la voz de Marlon Brando.
La locura y la pobreza. Digo: la pobreza que trae la locura, la locura que, sin duda, trae la pobreza.
Nos deslizamos por las calles y nos chocamos con desechos humanos, sentimos ante ellos una mezcla de temor y verguenza, recurrimos a una ideología del engaño y la hipocresía para fingir que creemos que ellos son culpables de algo. ¿Y los chiquitos que está con ellos, de qué son culpables.
¿Qué hacer con la pobreza entonces, qué hacer con la locura?
Yo digo: ningún niño deber dormir en la calle. Yo digo: todos los planes sociales son pocos si hay un solo niño que vive en la calle.
En estas últimas horas una horda militarizada, en nombre, creo, del estado municipal, dió la respuesta de la sangre. Ningún compañero debe permitir que esto vuelva a repetirse: esa debe ser nuestra lucha de ahora en adelante.
sábado, 27 de abril de 2013
viernes, 19 de abril de 2013
Cuaderno de bitácora de un estudiante de filosofía: el aparato
¿Vale la pena contar la pequeña anécdota que genera estas lineas, o se la debe dejar diluirse, como sin duda sucederá la cuente o no en este artículo, en el entramado de otras historias de nuestro tiempo sin duda más relevantes?
Bastará con que diga que se trata de una reunión entre docentes y estudiantes del Joaquín V. Gonzalez para decidir si se asistirá o no a una reunión organizada por el estado.
¿Es este hecho inusual como a mí me parece? A mi me generó una expectativa importante: la democracia sigue siendo una novedad para muchos de nosotros, tal vez, porque si es verdadera tiene que estar inventándose todo el tiempo y debe ser puesta en crisis para que continúe su movimiento en busca de nuevos límites cada vez.
Me levanté temprano y con buen ánimo para llegar al instituto. Acaso esperaba encontrar un ambiente parecido al del ingreso, es decir, la circulación de la palabra propia, la alegría del compañerismo y el cuidado del otro.
La reunión comenzó con la palabra de un representante de cada uno de los 17 departamentos. Por un acuerdo previo se le concedía tres minutos a cada uno. Ese acuerdo se respetó. Cada uno, según su estilo, intentó ser claro, sin agresiones y hasta con cierta creatividad en la presentación de cada discurso.
Luego hablaron los estudiantes. Se dice al auditorio que hay una lista de oradores en la que hay que anotarse si se quiere hablar, sin embargo, pronto se advierte que todos los que hablan parecen turnarse para decir el mismo discurso. Muchos de nosotros sentimos, con impotencia, que eramos extras de un guión que había sido escrito antes, que estábamos siendo aparateados, es decir privados de nuestra autonomía, que la palabras ya no circulaba sino que se había banalizado, que la habían sustraído vaya a saber con qué propósito.
El aparato se sustantiva y termina siendo un fin en si mismo. Los que lo usan creen que saben usarlo pero ellos también terminan siendo un engranaje más, una tuerca que una vez ajustada se quedá allí para siempre.
No me quedé a ver la función de la mañana hasta el final. Me dicen que hubo una compañera que se obstinó en hablar por todos nosotros (¡las mujeres siempre más fuertes!) y que fue abucheada o interrumpida o las dos cosas a la vez. Qué lástima ¿no?
Salí del instituto y el sol del otoño me recibió como siempre, sabio y paciente me supo escuchar como lo hizo siempre que lo necesité
Bastará con que diga que se trata de una reunión entre docentes y estudiantes del Joaquín V. Gonzalez para decidir si se asistirá o no a una reunión organizada por el estado.
¿Es este hecho inusual como a mí me parece? A mi me generó una expectativa importante: la democracia sigue siendo una novedad para muchos de nosotros, tal vez, porque si es verdadera tiene que estar inventándose todo el tiempo y debe ser puesta en crisis para que continúe su movimiento en busca de nuevos límites cada vez.
Me levanté temprano y con buen ánimo para llegar al instituto. Acaso esperaba encontrar un ambiente parecido al del ingreso, es decir, la circulación de la palabra propia, la alegría del compañerismo y el cuidado del otro.
La reunión comenzó con la palabra de un representante de cada uno de los 17 departamentos. Por un acuerdo previo se le concedía tres minutos a cada uno. Ese acuerdo se respetó. Cada uno, según su estilo, intentó ser claro, sin agresiones y hasta con cierta creatividad en la presentación de cada discurso.
Luego hablaron los estudiantes. Se dice al auditorio que hay una lista de oradores en la que hay que anotarse si se quiere hablar, sin embargo, pronto se advierte que todos los que hablan parecen turnarse para decir el mismo discurso. Muchos de nosotros sentimos, con impotencia, que eramos extras de un guión que había sido escrito antes, que estábamos siendo aparateados, es decir privados de nuestra autonomía, que la palabras ya no circulaba sino que se había banalizado, que la habían sustraído vaya a saber con qué propósito.
El aparato se sustantiva y termina siendo un fin en si mismo. Los que lo usan creen que saben usarlo pero ellos también terminan siendo un engranaje más, una tuerca que una vez ajustada se quedá allí para siempre.
No me quedé a ver la función de la mañana hasta el final. Me dicen que hubo una compañera que se obstinó en hablar por todos nosotros (¡las mujeres siempre más fuertes!) y que fue abucheada o interrumpida o las dos cosas a la vez. Qué lástima ¿no?
Salí del instituto y el sol del otoño me recibió como siempre, sabio y paciente me supo escuchar como lo hizo siempre que lo necesité
domingo, 7 de abril de 2013
Cuaderno de bitácora de un estudiante de filosofía: Sócrates sigue hablándo(nos)
Era sabido que alguien, cualquiera, en la intensidad de alguna clase del profesorado de filosofía o bien en alguna bibliografía, soltaría una frase que, según Platón dijo Sócrates, y que no perdió nada de su densidad, con el paso del barro, la sangre y el veneno, esa famosa frase es, por supuesto, "solo sé que no sé nada". En este caso se trata de la bibliografía de la cátedra del profesor Vícari, un artículo de Elisa Caruso, desconocida para mí hasta ese momento, ahí justamente, en el medio de una página, luego de analizar la tensión entre sabiduría y saber que según ella, o mejor dicho, según la lectura que hice yo de su artículo, es constitutiva de la filosofía, larga esa frase revolucionaria que tuvo que soportar durante muchos años, tal vez demasiados, los embates de los intentos de banalizarla y de convertirla en un lugar común más. Y en esa lectura, confieso distraída en un atestado colectivo 99, yo, en mi condición de aristócrata poseedor de un asiento, percibí en esa frase un nuevo sentido, tal vez no tan nuevo, se me perdonará el asombro ante el descubrimiento acaso causado por el sueño y el traqueteo del colectivo, porque tal vez sea el mismo que percibieron las autoridades que condenaron al desafortunado Sócrates a beber la cicuta y que, sin querer, cometieron el error que suelen cometer los verdugos, y le regalaron la gloria de los que mueren por una causa, la causa contenida en esa breve frase, es decir, solo sé que no sé nada, con esa frase, digo, y ahí està el nuevo sentido, no solo tenía la solitaria conciencia de su ignorancia sino que desconocía y hacía caer con sus imprudentes preguntas todo el saber vigente y todo el poder, incluido el de sus atemorizados verdugos.
La pregunta que me hago es: qué pasaría hoy, que vivimos abrumados por innumerables informaciones, si esa frase fuera dicha, que pasaría con el imprudente que la pronuncie, poniendo en riesgo, no ya el poder de unos pocos ciudadanos griegos sino de todo el mundo globalizado y el poder de la dictadura militar-mediática, en el mejor de los casos sería medicado con un sucedáneo de la cicuta, uno de esas pastillas adormecedoras que consumen las multitudes para soportar la existencia, en el peor Guantánamo o alguno de esos barrios privados que tiene el imperio para los que no entienden nada.
La pregunta que me hago es: qué pasaría hoy, que vivimos abrumados por innumerables informaciones, si esa frase fuera dicha, que pasaría con el imprudente que la pronuncie, poniendo en riesgo, no ya el poder de unos pocos ciudadanos griegos sino de todo el mundo globalizado y el poder de la dictadura militar-mediática, en el mejor de los casos sería medicado con un sucedáneo de la cicuta, uno de esas pastillas adormecedoras que consumen las multitudes para soportar la existencia, en el peor Guantánamo o alguno de esos barrios privados que tiene el imperio para los que no entienden nada.
lunes, 1 de abril de 2013
La batalla del dolar
Hay un fantasma que recorre la Argentina: el fantasma del dòlar. Mientras nos ocupamos de los fulgores del Papa argentino, si le lavò los pies a los presos, si se preparò el mate solo, si usa una cruz de plata en lugar de una de oro, los ejèrcitos verdes avanzan fantasmales por las cuevas de la city.
El dòlar es el sìmbolo màs poderoso, el gran significante.
No creo que se haya plantado frente al discurso del dòlar, un contradiscurso como la ley de medios, ni siquiera uno de similar intensidad y persistencia como el que permitiò mantener viva la causa de los derechos humanos, aùn cuando hubo que esperar tantos años, y hubo que escribir tantos artìculos, tantos libros y tantas manifestaciones. Solo algunas medida, que no discutirè en su necesidad tècnica, pero con resultados màs que dudosos en lo simbòlico.
Se sabe que en la Argentina no se imprimen dòlares, es un bien importado por el cual todos tenemos que pagar. Paso a enumerar, de memoria, algunos datos de la historia de ese "costo" claramente innecesario. La deuda externa argentina creciò de cerca de 7000 millones de dòlares luego del golpe a Isabel a 46000 millones de dòlares cuando asumiò Alfonsìn, para pasar a cerca de 70000 cuando asumiò Menem, y luego pasar al doble, es decir a cerca de 140000 millones de dòlares cuando termino tan ejemplar gobierno. El broche de oro fue el megacanje de De la Rua y Cavallo que llevaron la deuda a una cifra cercana a los 200000 millones de dòlares.
200000 millones de dòlares. Toda una materialidad. Cuàntos paises se pudieron haber armado con esa cifra y cuàl efectivamente emergiò.
Feinmann en la temporada televisiva en la que analizò el pensamiento nacional, tomò la linea de Discepolo, creo, que dice que no hay verdad que se resista frente a dos pesos moneda nacional. Què podrìamos decir entonces de 200000 millones de dòlares (aviso: de acà al final del artìculo voy a repetir obsesivamente esta cifra). Entre aquellos dos pesos y estos 200000 millones de dòlares, hay casi tanta diferencia como la que habìa entre las flechas de los indios y los Remintong de los soldados del general Roca. Què verdad se puede resistir. Què verdad revela esos 200000 millones de dòlares. Probablemente la verdad de un règimen de poder que escandalizarìa a las almas bienpensantes sino fuera porque està oculto debajo de su propia naturalizaciòn.
Nuestra tarea, nuestro lugar en el campo de batalla dirìa, es, justamente, desarmar billete a billete, el propòsito oscuro de esta guerra del dolar, una tarea tan titànica como la de contar la arena del desierto, es verdad, pero que es preciso comenzar algùn dìa
El dòlar es el sìmbolo màs poderoso, el gran significante.
No creo que se haya plantado frente al discurso del dòlar, un contradiscurso como la ley de medios, ni siquiera uno de similar intensidad y persistencia como el que permitiò mantener viva la causa de los derechos humanos, aùn cuando hubo que esperar tantos años, y hubo que escribir tantos artìculos, tantos libros y tantas manifestaciones. Solo algunas medida, que no discutirè en su necesidad tècnica, pero con resultados màs que dudosos en lo simbòlico.
Se sabe que en la Argentina no se imprimen dòlares, es un bien importado por el cual todos tenemos que pagar. Paso a enumerar, de memoria, algunos datos de la historia de ese "costo" claramente innecesario. La deuda externa argentina creciò de cerca de 7000 millones de dòlares luego del golpe a Isabel a 46000 millones de dòlares cuando asumiò Alfonsìn, para pasar a cerca de 70000 cuando asumiò Menem, y luego pasar al doble, es decir a cerca de 140000 millones de dòlares cuando termino tan ejemplar gobierno. El broche de oro fue el megacanje de De la Rua y Cavallo que llevaron la deuda a una cifra cercana a los 200000 millones de dòlares.
200000 millones de dòlares. Toda una materialidad. Cuàntos paises se pudieron haber armado con esa cifra y cuàl efectivamente emergiò.
Feinmann en la temporada televisiva en la que analizò el pensamiento nacional, tomò la linea de Discepolo, creo, que dice que no hay verdad que se resista frente a dos pesos moneda nacional. Què podrìamos decir entonces de 200000 millones de dòlares (aviso: de acà al final del artìculo voy a repetir obsesivamente esta cifra). Entre aquellos dos pesos y estos 200000 millones de dòlares, hay casi tanta diferencia como la que habìa entre las flechas de los indios y los Remintong de los soldados del general Roca. Què verdad se puede resistir. Què verdad revela esos 200000 millones de dòlares. Probablemente la verdad de un règimen de poder que escandalizarìa a las almas bienpensantes sino fuera porque està oculto debajo de su propia naturalizaciòn.
Nuestra tarea, nuestro lugar en el campo de batalla dirìa, es, justamente, desarmar billete a billete, el propòsito oscuro de esta guerra del dolar, una tarea tan titànica como la de contar la arena del desierto, es verdad, pero que es preciso comenzar algùn dìa
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