Era sabido que alguien, cualquiera, en la intensidad de alguna clase del profesorado de filosofía o bien en alguna bibliografía, soltaría una frase que, según Platón dijo Sócrates, y que no perdió nada de su densidad, con el paso del barro, la sangre y el veneno, esa famosa frase es, por supuesto, "solo sé que no sé nada". En este caso se trata de la bibliografía de la cátedra del profesor Vícari, un artículo de Elisa Caruso, desconocida para mí hasta ese momento, ahí justamente, en el medio de una página, luego de analizar la tensión entre sabiduría y saber que según ella, o mejor dicho, según la lectura que hice yo de su artículo, es constitutiva de la filosofía, larga esa frase revolucionaria que tuvo que soportar durante muchos años, tal vez demasiados, los embates de los intentos de banalizarla y de convertirla en un lugar común más. Y en esa lectura, confieso distraída en un atestado colectivo 99, yo, en mi condición de aristócrata poseedor de un asiento, percibí en esa frase un nuevo sentido, tal vez no tan nuevo, se me perdonará el asombro ante el descubrimiento acaso causado por el sueño y el traqueteo del colectivo, porque tal vez sea el mismo que percibieron las autoridades que condenaron al desafortunado Sócrates a beber la cicuta y que, sin querer, cometieron el error que suelen cometer los verdugos, y le regalaron la gloria de los que mueren por una causa, la causa contenida en esa breve frase, es decir, solo sé que no sé nada, con esa frase, digo, y ahí està el nuevo sentido, no solo tenía la solitaria conciencia de su ignorancia sino que desconocía y hacía caer con sus imprudentes preguntas todo el saber vigente y todo el poder, incluido el de sus atemorizados verdugos.
La pregunta que me hago es: qué pasaría hoy, que vivimos abrumados por innumerables informaciones, si esa frase fuera dicha, que pasaría con el imprudente que la pronuncie, poniendo en riesgo, no ya el poder de unos pocos ciudadanos griegos sino de todo el mundo globalizado y el poder de la dictadura militar-mediática, en el mejor de los casos sería medicado con un sucedáneo de la cicuta, uno de esas pastillas adormecedoras que consumen las multitudes para soportar la existencia, en el peor Guantánamo o alguno de esos barrios privados que tiene el imperio para los que no entienden nada.
el saber mata al hombre?
ResponderEliminarviste el decalogo de kieslowsky 1...?
sino lo hisciste te lo superrecomiendo