Lo nuevo es que casi no se puede decir nada nuevo de los medios. Parecen haber pasado siglos desde el día que se promulgó la ley de medios, luego de movilizaciones y de arduos trabajos de diversos grupos sociales y académicos. Esa ley que acercaba más democracia a la sociedad fue eliminada de un plumazo por el actual presidente ante la indiferencia y la desidia de los mismos que había salido a la calle a promoverla.
Qué pasó entonces. Creo que faltó tiempo. Entre el decir y el saber hay una distancia que debe ser salvada por una fuerte militancia. El poder se ha naturalizado. Es la condición de posibilidad de toda hegemonía que desee permanecer: que todos la vean y hasta sepan que son los que tienen la llave de la puerta y aún así lo olviden o no lo terminen de creer del todo.
La metáfora del cuento la carta robada nos puede servir. La carta que todos buscaban estaba a la vista de todos.
Ahora si bien entre el decir y el saber hay una distancia para recorrer, qué pasa con los que de veras vimos dónde estaba la carta. ¿Podemos vivir igual que si no tuviéramos esa verdad quemándonos en las manos?. ¿Somos como el campesino del cuento de Kafka que llega ante las puertas de la justicia y no nos animamos a entrar?
No sabría contestar esas preguntas. Sí podría decir que siento una incomodidad insalvable ante el ruido de los medios.
Que el grupo gobernante liderado por Mauricio Macri, símbolo y lider de lo que se llamó patria contratista, enjuicie a un exministro por sobreprecios en la obra pública parece un chiste. Pero no lo es y tampoco causa gracia, causa indignación.
Que un gobierno que endeudó al país en 100000 millones de dólares haga de la corrupción su eje de campaña solo es posible por el abrumador dominio de las subjetividades.
El guardia que custodia las puertas de la justicia nos mira y no puede evitar soltar una carcajada
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