Por qué empezar por un principio. La suposición de ese orden donde habría un principio supone una idea de linealidad, la vieja fórmula de principio, medio y fin. Pero cómo narrar entonces.
Aceptamos que todo en el hombre es construido, que no hay una esencia esperándonos en el desván de los tiempos, sin embargo hay persistencias, repeticiones, hábitos consolidados. Incluso en la ruptura de normas tan antiguas, está presente ese orden antiguo que se pretende ignorar. Hay películas que empiezan en el momento en el cual la historia, el destino que cae sobre el héroe, está jugado. Sabemos entonces que los buenos pierden, queda saber qué sentido tiene esa suerte desgraciada. Si cuento primero el final, cada cosa que haya pasado antes se tiñe del sentido que le da ese acto final. Sería una especie de sustitución: a cambio de aceptar la ruptura de las reglas de la narración obtengo el sentido de las acciones que a esos hombre y mujeres les toca realizar.
A raíz de la sustancia injusta del sistema todos no preguntamos si la actualidad tiene sentido, entonces la industria cultural que no quiere que esa pregunta se desarrolle crea un sentido manufacturado que será exhibido en cines o en la pantalla plana de los hogares. Donde había iglesias hay internet, un aleph que contiene todo.
El arte autónomo debería comportarse de una manera opuesta. Debería desordenar los relatos establecidos pero no para reemplazarlos por otros orden.
Dejar que trabaje el caos. Convertir las historias en preguntas
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