Parece que el dinero, ese logos persistente de nuestra realidad burguesa periférica, no puede limpiarse del todo sus manchas de lodo y sangre con las que ha venido al mundo.
La tapa del diario Página 12 del día domingo 20 de marzo informa que tanto el presidente de los Estados Unidos como el Vaticano abrirían los archivos de los crímenes cometidos durante la dictadura,
Nada menos que 40 años ocultando las señales de algo que si faltaba alguna prueba han sido por lo menos cómplices de aquel genocidio.
La feroz represión de la década del setenta no es un caso único dentro de la historia del capitalismo. La sangre, la represión, el hombre como el lobo del hombre, parece una inmanencia de un sistema que trajo como resultado la acumulación de la riqueza en manos de solo el uno por ciento de la población del mundo.
El capitalismo justifica la riqueza o la pobreza como resultado de la libre competencia del mercado, pero qué competencia más despareja que trae como resultado fortuna de miles de millones de dólares y pobreza para miles de millones de habitantes del tercer mundo y también del primero.
El crimen de la dictadura aparece una y otra vez, es el relato maldito del dinero, es el fantasma que recuerda el origen de una deuda. Nada puede contra él, ni siquiera la retórica de la corrupción, ese argumento en el que está jugada toda la maquinaria, que culmina casi siempre en un grito que es de indignación, no de rebeldía, ese argumento que clausura todos los demás menos uno, el del dolor de las víctimas del dinero
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