No se trata necesariamente de gente mala, más aún, son muchos de los que considerábamos buenos hace más de treinta años, cuando terminó la dictadura militar. Vuelven a aparecer. Por qué vuelven. No creo que estuviesen prohibidos. Ellos que tienen como primer universal su antikichnerismo no lo denuncian, tengo que creer entonces que no fueron censurados.
Están más viejos pero siguen siendo los mismos, tal vez esa sea la primera causa de la incomodidad que generan. ¿Por qué no veíamos lo que ahora creemos ver? Nos incomoda haber estado cerca de ellos. Nos indigna que quieran vendernos la misma mercancía vencida y en descomposición, pero qué otra cosa pueden hacer tienen en su caja de herramientas solo las palabras con las que pueden decir lo que antaño decían, la retórica de la antipolítica, de que la culpa la tiene el país y el populacho que no entiende y que nunca nos vamos a parecer a Europa que es la civilización y que hace cien años estábamos en el séptimo lugar y ahora estamos en el puesto cuarenta.
Algunos se han jubilado como profesores norteamericanos, otros escriben en La Nación y hasta los más privilegiados han publicado en el New York times sus diatribas contra el populismo.
Para qué hablar de ellos. Qué sentido tiene, como solía decirse, gastar pólvora en chimangos. El sentido que puede tener es que son parte del lenguaje del poder. Son disciplinadores de toda rebeldía posible. Vienen a decirnos como hace treinta años que no vale la pena, porque siempre sale mal. Bueno, me permito decirles que no tienen razón y aunque la tuvieran prefiero equivocarme con otros
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