Hoy a la tarde estuve en la ESMA. No podría decir por qué había postergado esta visita tanto tiempo. Tal vez porque lo consideraba un lugar al cual Nestor Kirchner había resignificado para siempre en aquella memorable jornada en la que pidió perdón a las víctimas en nombre del estado.
Lo que me hizo movilizarme finalmente fue una foto que vi en un portal del presidente Macri visitando el lugar. Me resulto chocante. Me parece que es un sitio en donde no le corresponde estar, porque nunca lo conmovió y porque puedo suponer que lo considera, en la intimidad de los banquetes con sus íntimos, perteneciente a un mundo que desprecia. Dicen, además, que esa visita y su próxima reunión con Estela de Carlotto, reunión que hace días desdeñó, están relacionadas con la llegada del presidente norteamericano el 24 de marzo.
Esta red de hechos, que en su conjunto profanan un lugar tragicamente sagrado, resulta difícil de soportar.
La visita a la ESMA empieza y termina en el mismo lugar. Sospecho que los siete círculos del infierno del Dante son la inspiración involuntaria de este infierno. Un círculo que no se sabe si empieza o termina en algún lugar. Un círculo que niega los relatos teleológicos que tenían como inmanencia un final de redención.
Nuestro Virgilio fue un jóven de 19 años. Puedo decir que ese hecho, que un pibe que tiene la misma edad que yo tenía en 1979 nos haya guiado, resulta tal vez uno de las pocas marcas de esperanza que se pudo hallar en la visita.
Nuestra historia no es lineal. El presente, el pasado y el futuro parecen estar ocurriendo siempre en una combinación azarosa. Nosotros luchamos por nuestro muertos y ellos están en este mismo momento luchando con nosotros.
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