¿Sería mejor un mundo sin secretos, una ciencia ficción donde fuera posible leer hasta el más contingente de los pensamientos de cada uno de nosotros? ¿Sería esa sociedad más trasparente, sería liberadora la información que nos llegaría? ¿Será lo pensado por nosotros en cada momento lo que nos define o lo que decimos o finalmente lo que hacemos? ¿Nos será permitido, la privacidad de nuestras casa, la de nuestra correspondencia, ahora digital, viejo tabú del derecho liberal?.
La personas públicas, aunque no todas, solo las que arbitrariamente ha elegido, según lo que dicte en cada momento el capricho del poder dominante, el flujo torrencial de sus intereses cada vez más concentrados, parecen haber perdido ese derecho.
En ese mismo sentido, con las mismas herramientas, o alguna de ella, esta dirigida e instrumentada la persecución a Cristina Fernandez.
Solo a quienes han perdido una guerra les está reservado tamaño hostigamiento.
Cada día vemos en los medios dominantes el relato de citaciones judiciales no solo a la ex presidenta y su familia sino a cualquier colaborador que justamente no se haya prestado a contribuir a la degradación de lo que todavía llamamos democracia.
Sería útil identificar todo el elenco de estas operaciones sucias, nos encontraríamos con una articulación a la que podríamos llamar poder dominante en la Argentina: medios, poder judicial, poder financiero internacional (buitres), servicios de inteligencia, intelectuales.
Probablemente alguno de ellos se negaría a identificarse con ese equipo que de facto actúa como tal. No importa demasiado el nombre de cada uno de ellos o la intención verdadera o falsa de sus actos, todo eso quedará fuera de la historia.
Me gustaría sin embargo articular ahora la persecución de Cristina con la transferencia brutal de recursos desde la clase trabajadora hacia los que antes denominé como clase dominante. No es secreto, sale publicado en los diarios gobernantes, la economía está concentrada como nunca antes lo estuvo, las cifras parecen producto de la exageración de algún apasionado opositor al sistema, pero no, ellos mismos la publican sin ruborizarse, tal vez porque están seguros de su impunidad.
Falta todavía que esa gran mayoría que es víctima de esa concentración, de ese robo de guantes ya no tan blancos, se den cuenta de esa relación cada vez más evidente entre la persecución a dirigentes populares, aún de los que les resultan antipáticos, y la plata que les falta en el bolsillo.
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