lunes, 10 de abril de 2017

La voz presidencial

     La voz presidencial parece no querer comunicar nada, su propósito parece ser, más bien, horadar el habla con la que dificultosamente se trata, con la que tratamos, (¿quién?) de representar el mundo. ¿No será mucho? No, no lo es. Si alguien se acerca en este lluvioso día y nos dice: "con este sol me encantaría estar en la playa", causaría en nosotros en un principio sorpresa y luego un desplazamiento de las palabras al propósito de quién las enuncia. Si es un amigo tal vez esbozaremos una amable sonrisa adjudicando a esa voz un propósito irónico que supone siempre códigos en común.
     Pero en el caso de la voz presidencial no se trata de una voz amistosa sino de una voz que a fuerza de no ser entendida se vuelve cada vez más autoritaria. Es una voz que no comunica sino que como en la tradición bíblica atribuye a Dios, crea las cosas que nombra. Si dice que se encarcele a un opositor, se hará. Si se dice, despídase a cien mil empleados, esos compañeros se encontrarán inmediatamente en la calle. Si manda crear causas judiciales, se hará. Si una protesta no debe hacerse no se hará. Y luego que esas malas noticias hayan caído (retengamos esa palabra) el pueblo (se deberá decir desde ahora la gente) estará contenta y amará la voz presidencial.
     Luego de que la voz presidencial habla la realidad es otra, tenemos más de una prueba de ello. Debo aclarar que la voz presidencial no se trata exclusivamente de la voz que el presidente emite se trata como vimos de una red de sentidos que viene de lo que llamamos a falta de una mejor palabra, poder dominante. Esa palabra es judicial, es policial, es mediática y por supuesto teológica

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