Nadie sabe muy bien qué piensa Carrió, si por pensamiento político, según el decir de los viejos políticos, se entiende programas de gobierno o lineas ideológicas duras.
Nunca ocupó un cargo ejecutivo y tampoco se presentó a ninguna elección a ningún cargo que implicara alguna evaluación acerca de su acción política.
Salió del radicalismo y nunca más perteneció a ninguna estructura sólida. Fundó dos a tres sellos electorales que después destruyó con el placer de una niña traviesa.
Carrió es abanderada del honestismo, esa idea política vacía, cultivada desde la antipolítica, que requiere de la maquinaria de los medios hegemónicos de comunicación para desarrollarse. Ya se sabe cuál es su funcionamiento, es el mismo de cualquier narración de literatura infantil: se elije un antagonista o varios y se los estigmatiza sin importar las pruebas ni la pertinencia de las denuncias.Y no importa porque nadie escucha a Carrió porque lo que le dá valor y sentido a sus palabras son sus gestos, dos o tres, los silencios, alguna muletilla que repite hasta el cansancio pero sobretodo su carisma, la relación familiar que produce su imágen en sus seguidores.
Hay una propaganda horrible que se repite en televisión en estos días. El actor Guillermo Francella entra en un bar lleno de gente. Está con una expresión adusta en su rostro y eso parece preocupar, casi angustiar a esa gente que no puede dejar de mirar al que parece ser su ídolo. En el momento que la tensión de esa gente parece llegar a su límite, el actor se dá vuelta y hace una morisqueta típica de él. El público estalla finalmente en una carcajada desproporcionada de alivio.
Esa publicidad ejemplifica la relación de Carrió con sus votantes
No hay comentarios:
Publicar un comentario