El saqueo sucede en las calles, es una escena caótica que sin embargo, se sabe, esta cuidadosamente escenificada, y que a la vez busca ocultar sus propósitos. Hay objetos robados y hay también quien los roba y quien es víctima de esos robos. Incluso sucede el drama de la muerte: once muertos en este caso. Once muertos que no tienen rostro y que también son envueltos por el espectáculo del caos.
Los primeros saqueos sucedieron en el ocaso del gobierno de Alfonsín y volvieron a repetirse periódicamente acompañando los propósitos de cierto sector de poder. Esas repeticiones: ¿convierten al saqueo en un lenguaje? Para ellos sí, para ellos significa debilidad del estado, conflicto social, explosión de la inseguridad.
Volvamos a leer lo que nos decía Foucault en Vigilar y Castigar: "La utilización política de los delincuentes -en forma de soplones, de confidentes, de provocadores- era un hecho admitido mucho antes del siglo XIX. Pero después de la revolución, esta práctica ha adquirido unas dimensiones completamente distintas: la infiltración de los partidos políticos y de las asociaciones obreras, el reclutamiento de hombres de mano dura contra los huelguistas y los promotores de motines, la organización de una subpolicía -trabajando en relación directa con lo policía legal y capaz en el límite de convertirse en una especie de ejército paralelo, todo un funcionamiento extralegal del poder ha sido llevada a cabo de una parte por la masa de maniobra constituida por delincuentes: policía clandestina y ejército de reserva del poder.
Parece no quedar demasiado para agregar, solo una cosa: las manifestaciones populares también suceden en la calle y también tienen su escenificación, sin embargo sus participantes publicitan sus propósitos, llevan carteles, cantan sus consignas.
Algunos voceros del poder dijeron, antes y después de la conmemoración de los treinta años de democracia, que esos actos deberían suspenderse por respeto a las cosas que habían pasado y particularmente por los once muertos. Es decir, la muerte debe tener como consecuencia que la gente se quede en sus casas, será por eso no se cansan de producir cadáveres y sin embargo la gente se obstina, por algún motivo, en salir y juntarse, no porque hayan olvidado a los once muertos, ni a los 30 mil, ni a otras víctimas que recorren nuestra historia, sino porque todas esa vidas cegadas solo tendrán sentido en la medida de que esas manifestaciones populares sigan en la calle defendiéndose sin armas, con las manos desnudas, de la violencia oligárquica que no para de amenazarnos.
lunes, 16 de diciembre de 2013
sábado, 19 de octubre de 2013
El caso Cabandié: mafia mediática y magia punitiva
Se sabe, en la aurora de la modernidad, el pequeño burgués, el feligrés, el asalariado, el respetuoso padre de familia, podía gozar de una razonable tranquilidad.No solo podía contar con la institución iglesia que le revelaba la verdad y le entregaba una ordenada normativa de cómo usar el cuerpo, o de cómo no usarlo en realidad, y de cómo proteger el alma con la fe en Dios, y así convenientemente separados cuerpo y alma, y claramente identificados los pecados, solo faltaba que apareciera la minuciosa sombra del estado para que la vida se hiciese fácil y rutinaria.
En resumen, si uno cumplía con las normas de la madre iglesia y del padre estado, no había nada que temer y aún cuando por algún desafortunado desvío esas reglas eran rotas, estaba la mágica poción del castigo que repararía lo que había sido roto y la virtud del hombre quedaría intacta. Un delito, un castigo como dice la publicidad de algún candidato a diputado, y cámaras que nos miren, como promete otro, es decir, la ilusión punitiva, esa magia por la cual, un excluido que comete un delito porque ya no le importa nada, se va a detener porque se prolongue su castigo, cuando se sabe que no importa el tiempo, pueden ser cinco años, diez años o veinte años, porque basta ingresar en una cárcel para ver destruida una vida para siempre.
Alguien debía de haber calumniado a Josef K., porque sin haber hecho nada malo, fue detenido una mañana.
Como todos habrán advertido el párrafo anterior es el comienzo de la novela El proceso de Franz Kafka. No se trata de una lateralidad ni de un delirio, es la profecía de un gran escritor que supo anticipar el terrorismo de estado, tal como sucedió en la Argentina. Uno podía ser castigado sin saber por qué. Se había terminado con la tranquilidad burguesa, había pecados desconocidos, normas ocultas que era preciso conocer. Algunos llegaron a sospechar que el nuevo pecado era ser comunista o peronista, pero nadie estaba muy seguro.
Juan Cabandié, hijo de desaparecidos, hijo apropiado (eufemismo para decir que fue secuestrado) por los asesinos de sus padre, está en la picota, es decir, tomando la poción del castigo mediático, una moderna cicuta socrática que consiste en ser denostado públicamente, por una maquinaria implacable que no podemos calificar de otra manera que de mafiosa, y por un cuerpo de verdugos voluntarios, anónimos cibernautas que usan su corto ingenio para repetir torpemente lo que ven y lo que escuchan.
Cuál sería la culpa del diputado: haber dicho en una discusión, que se prolongó cerca de una hora, con un gendarme malo y con uno bueno, más una agente de tránsito ni buena ni mala, que era guapo porque había enfrentado a la dictadura. Según el tribunal mediático ese heroísmo, tal vez incorrectamente mentado, no le correspondería, aunque en realidad, ellos tampoco crean en el heroísmo de los padres de Cabandié, sino más bien en su culpabilidad, tal como lo dijo Carrió en lo que pareció un sincericidio. Sea como sea se trata de una verdad que tratan de ocultar con todo su poder: a Cabandié sí le corresponde el heroísmo de haber enfrentado a la dictadura, porque la enfrentó siendo un bebé, luego siendo niño, luego siendo un joven, tal como la enfrentan hoy los cuatrocientos jóvenes adultos, que aún sin saberlo soportan todavía la real punición de la dictadura.
Juan Cabandié es Josef K., pero por suerte todos sabemos que es inocente
En resumen, si uno cumplía con las normas de la madre iglesia y del padre estado, no había nada que temer y aún cuando por algún desafortunado desvío esas reglas eran rotas, estaba la mágica poción del castigo que repararía lo que había sido roto y la virtud del hombre quedaría intacta. Un delito, un castigo como dice la publicidad de algún candidato a diputado, y cámaras que nos miren, como promete otro, es decir, la ilusión punitiva, esa magia por la cual, un excluido que comete un delito porque ya no le importa nada, se va a detener porque se prolongue su castigo, cuando se sabe que no importa el tiempo, pueden ser cinco años, diez años o veinte años, porque basta ingresar en una cárcel para ver destruida una vida para siempre.
Alguien debía de haber calumniado a Josef K., porque sin haber hecho nada malo, fue detenido una mañana.
Como todos habrán advertido el párrafo anterior es el comienzo de la novela El proceso de Franz Kafka. No se trata de una lateralidad ni de un delirio, es la profecía de un gran escritor que supo anticipar el terrorismo de estado, tal como sucedió en la Argentina. Uno podía ser castigado sin saber por qué. Se había terminado con la tranquilidad burguesa, había pecados desconocidos, normas ocultas que era preciso conocer. Algunos llegaron a sospechar que el nuevo pecado era ser comunista o peronista, pero nadie estaba muy seguro.
Juan Cabandié, hijo de desaparecidos, hijo apropiado (eufemismo para decir que fue secuestrado) por los asesinos de sus padre, está en la picota, es decir, tomando la poción del castigo mediático, una moderna cicuta socrática que consiste en ser denostado públicamente, por una maquinaria implacable que no podemos calificar de otra manera que de mafiosa, y por un cuerpo de verdugos voluntarios, anónimos cibernautas que usan su corto ingenio para repetir torpemente lo que ven y lo que escuchan.
Cuál sería la culpa del diputado: haber dicho en una discusión, que se prolongó cerca de una hora, con un gendarme malo y con uno bueno, más una agente de tránsito ni buena ni mala, que era guapo porque había enfrentado a la dictadura. Según el tribunal mediático ese heroísmo, tal vez incorrectamente mentado, no le correspondería, aunque en realidad, ellos tampoco crean en el heroísmo de los padres de Cabandié, sino más bien en su culpabilidad, tal como lo dijo Carrió en lo que pareció un sincericidio. Sea como sea se trata de una verdad que tratan de ocultar con todo su poder: a Cabandié sí le corresponde el heroísmo de haber enfrentado a la dictadura, porque la enfrentó siendo un bebé, luego siendo niño, luego siendo un joven, tal como la enfrentan hoy los cuatrocientos jóvenes adultos, que aún sin saberlo soportan todavía la real punición de la dictadura.
Juan Cabandié es Josef K., pero por suerte todos sabemos que es inocente
lunes, 26 de agosto de 2013
Jorge Lanata no ha sucedido
El título de este artículo remite al libro de Jean Baudrilllard "La guerra del Golfo no ha sucedido", en la que denunciaba que la guerra se había transformado en una virtualidad. No era una mentira, solo que se mostraban los hechos de una forma nueva, usando la estética de los juegos de computadora: solo vimos puntitos brillosos, tomas generales que se parecían a la de las pantallas en las que jugaban los niños. No había sangre, ni gritos de madres, ni llantos de niños. La guerra de Vietnam había sido una gran lección para el imperio.
No es que el mundo ignorara que tales crueldades habían sucedido, lo nuevo era que los autorizaba a creer que el hombre había llegado a la tecnología de la punisión sin dolor y sin muertos. Además en los diarios seguían estando los productos que había que comprar y los espectáculos que había que ver.
Jorge Lanata, entonces ya no es un sujeto llamado así sino una acción comunicativa que usa esa máscara así como en el Golfo se usaron los juegos de computadora.
Porque en un principio, el año pasado, se podía escuchar: "viste lo que denunció Lanata el domingo. Había que tomarse la molestia de argumentar en contra de sus aseveraciones. A esta altura del partido todos saben que lo que se dice en ese programa es mentira, pero a nadie le importa, porque no se trata de si es mentira o no, lo que se ve es una representación, un espectáculo, un discurso que crea la identidad de quien lo ve
No es que el mundo ignorara que tales crueldades habían sucedido, lo nuevo era que los autorizaba a creer que el hombre había llegado a la tecnología de la punisión sin dolor y sin muertos. Además en los diarios seguían estando los productos que había que comprar y los espectáculos que había que ver.
Jorge Lanata, entonces ya no es un sujeto llamado así sino una acción comunicativa que usa esa máscara así como en el Golfo se usaron los juegos de computadora.
Porque en un principio, el año pasado, se podía escuchar: "viste lo que denunció Lanata el domingo. Había que tomarse la molestia de argumentar en contra de sus aseveraciones. A esta altura del partido todos saben que lo que se dice en ese programa es mentira, pero a nadie le importa, porque no se trata de si es mentira o no, lo que se ve es una representación, un espectáculo, un discurso que crea la identidad de quien lo ve
martes, 20 de agosto de 2013
El olor de los doctores
Ahora que las estridencias de la campaña electoral parecen apagarse, vuelvo a escribir, consiente de que quien intenta ese arte arcaico debe restituir primero el sentido que han perdido las palabras, o al menos, recrear la posibilidad de que vuelvan, las palabras digo, a significar algo. Construir un sentido que escape de la ausencia de sentido, que devele, el secreto escondido detrás de las turbulencias cotidianas y de la insustancialidad publicitaria.
El secreto es, y no era tan difícil descubrirlo, la circulación del capital, el factor decisivo en última instancia, la víscera más sensible. Más claro aún, estoy hablando del dinero, que según se sabe, es el objetivo último de estos señores que aparecen tan exaltados en estos días en sus programas de televisión. El dinero que temen perder, el capital que los hace sentirse distintos, mejores que nosotros.
Estos señores elegantes que se lavan las manos luego de tocar dinero, horrorizados de tocar algo que pudo haber tocado el común, dejando su mugre y su olor, pero aún así, no pueden dejar de hacerlo porque lo adoran, es el símbolo de todo lo que creen.
Se lavan las manos, pero, para su tragedia, no hay jabón que pueda limpiarlos, ya que cada día olerán peor, y nada valdrán los títulos ganados, ni la música culta, ni los lugares exclusivos, porque si hay algo que no se puede ocultar es el mal olor y eso los saca de las casillas, los hace perder la compostura, es decir, los hace descomponerse, tal como los nobles, augustos y olorosos cadáveres que cuelgan en sus paredes.
El secreto es, y no era tan difícil descubrirlo, la circulación del capital, el factor decisivo en última instancia, la víscera más sensible. Más claro aún, estoy hablando del dinero, que según se sabe, es el objetivo último de estos señores que aparecen tan exaltados en estos días en sus programas de televisión. El dinero que temen perder, el capital que los hace sentirse distintos, mejores que nosotros.
Estos señores elegantes que se lavan las manos luego de tocar dinero, horrorizados de tocar algo que pudo haber tocado el común, dejando su mugre y su olor, pero aún así, no pueden dejar de hacerlo porque lo adoran, es el símbolo de todo lo que creen.
Se lavan las manos, pero, para su tragedia, no hay jabón que pueda limpiarlos, ya que cada día olerán peor, y nada valdrán los títulos ganados, ni la música culta, ni los lugares exclusivos, porque si hay algo que no se puede ocultar es el mal olor y eso los saca de las casillas, los hace perder la compostura, es decir, los hace descomponerse, tal como los nobles, augustos y olorosos cadáveres que cuelgan en sus paredes.
jueves, 27 de junio de 2013
Lecturas sobre el peronismo
Introducción
Alguien, podría decir parafraseando a Nietzsche, que no hay Peronismo sino interpretaciones sobre él. Otro, con algún dejo de ironía podría agregar: qué Peronismo, cuál de ellos.
Alejandro Horowicz en un libro ya clásico, Los Cuatro Peronismo, escrito en los ochenta había caracterizado las siguientes etapas en el desarrollo de este movimiento político: desde el 17 de octubre de 1945 hasta el 16 de septiembre de 1955 se cumple una primera etapa; la segunda abreva en la lucha de la resistencia y culmina con el retorno del general Perón el 17 de noviembre de 1972; el triunfo electoral de la fórmula encabezada por el doctor Cámpora conforma el tercer momento, que concluye con la muerte del fundador; mientras que el cuarto peronismo según la especulación del autor era el del gobierno de Isabel Perón y continuaba todavía en aquellos años en los que el autor escribía, es decir, los años de la primera derrota electoral del Peronismo en manos de Raúl Alfonsín.
Las fechas son las huellas materiales que nos entregan la historia pero no dejan atrás la arbitrariedad de las interpretaciones. En el caso del libro de Horowicz hay marcas de época, es decir se creía que el peronismo agonizaba (Halperín escribió un libro con ese nombre) y el devenir de la historia nos dejó en manos de lo que se llamó el Menemismo y luego en la actualidad como consecuencia de la crisis del 2001 un Peronismo opuesto al anterior que llamamos Kirchnerismo.
Recuerdo una película basada una novela de Osvaldo Soriano en la que un personaje decía que el nunca se había metido en política que él siempre había sido Peronista. Sin querer esa frase que buscaba ser una broma de humor negro (también fechada porque la película se estreno durante la campaña electoral que finalmente llevaría a Alfonsín a la presidencia) sobre le Peronismo lo definía mejor que ningún otro ensayo político. Porque Perón se había propuesto crear eso: un movimiento que englobara al capital y al trabajo en una alianza de clases que funcionaría bajo su liderazgo
El peronismo como Bonapartismo
Parece no haber discusión sobre la polarización que produjo el Peronismo en la sociedad Argentina desde su origen, a pesar de haberse pensado a si mismo como una alianza de clases. La discusión que el Peronismo tiene con la izquierda es acerca de la naturaleza de esa polarización. ¿Se trataba de la famosa lucha de clases de la cual hablaba Marx o debía usarse otra categoría también de origen marxista, en este caso la de Bonapartismo, para definir a ese movimiento político que surgía entre el sonido y la furia de la historia Argentina?
Las primeras interpretaciones sobre el Peronismo, en el momento mismo de su aparición, surgieron de los viejos socialistas y los comunistas, quienes, coincidiendo con radicales y algunos conservadores, y con el departamento de estado norteamericano, lo identificaron meramente con el nazi fascismo, como un mero reflejo de la realidad (esta última reflexión podría haber sido hecha por Weber en un viejo bodegón imaginario y hubiera contado, probablemente, con el silencioso asentimiento del mozo simpatizante del peronismo) y en casos más burdos como una maniobra de la embajada Alemana, sin tener en cuenta la situación Argentina .
Una segunda etapa interpretativa, menos esquemática, deriva de variadas corrientes de origen trotskistas - Aurelio Narvaja, Jorge Abelardo Ramos, Silvio Frondizi, Nahuel Moreno) a la que adherirían algunos estalinistas como Rodolfo Puiggros y Eduardo Artesano.
Esta nueva línea rescataba el concepto marxista de Bonapartismo, tal como fue desarrollada por Marx (lucha de clases en Francia y el 18 Brumario) Engels (El origen de la familia, la propiedad y el estado, La cuestión de la vivienda, Violencia y economía en la formación del nuevo imperio Alemán y carta a Marx del 13 de abril de 1866) Gramsci (notas sobre Maquiavelo y sobre el estado moderno) Lenin (los comienzos del bonapartismo y enseñanzas de la revolución) Trosky (Historia de la revolución Rusa, Adonde va Alemania)
En realidad el peronismo, tal cual se dio, parecía encajar con la definición clásica de bonapartismo. En el diccionario de Norberto Bobbio y Nicola Matteucci, se define al bonapartismo como el fenómeno de la “personalización del poder” y el predominio de elementos carismáticos (en este momento, en el bodegón imaginario Weber, algo pasado de copas, golpea la mesa y dice: claro yo lo decía) que concentran la legitimidad del poder del estado en la personalidad del jefe, que se presenta como representante del pueblo-nación. El bonapartismo se refiere, pues, a las formad de legitimación del poder estatal. En los estados modernos, caracterizados por la articulación del poder legislativo y del poder ejecutivo , el bonapartismo está ligado al predominio del ejecutivo sobre el legislativo, a la “independencia” que el poder del estado parece asumir frente a las clases y la sociedad civil (fin de la cita).
Esa relativa autonomía del aparato del estado, frente a las clases sociales en pugna, es alcanzada por los bonapartismos apoyándose en tres instituciones básicas : la iglesia el ejército y la policía. El bonapartismo clásico y el peronismo, según esa lectura, aparentan imparcialidad, pretenden hacer del estado el mediador entre las clases sociales, llegando hasta cierto punto a alcanzar una autonomía relativa, cierta independencia momentánea frente a la sociedad. El bonapartismo peronistas, dicen, surgió como consecuencia de la fragmentación de la sociedad Argentina, en la que ningún sector de la clase dominante era suficientemente fuerte para lograr la hegemonía. El bonapartismo logra establece un equilibrio inestable y llenar parcialmente el vacío de la hegemonía. Por eso se hace difícil determinar que sector de la clase dominante representa.
El mismo Perón parecía en alguno de sus discursos coincidir con la lectura de esto esforzados dirigentes en un discurso del 28 de junio de 1944: “sostenemos en la secretaría de trabajo y previsión que los problemas sociales no se han resuelto nunca por la lucha sino por la armonía. Y es así que propiciamos, no la lucha entre el capital y el trabajo, sino el acuerdo entre unos y otros, tutelados los dos factores por la autoridad y la justicia que emana del estado”
El bonapartismo sería entonces una impostura, se presenta como populista cuando en realidad defiende los interese en peligro de los capitalistas, un “gatopardismo”, es decir, la estrategia de conceder algo para no perderlo todo, cambiar algo para que todo siga igual. Esa definición también cuenta con un discurso de Perón para ilustrarla: “hagamos la revolución antes de que la haga el pueblo” o aquella otra acaso más famosa del 25 de agosto de 1944 en la bolsa de comercio:”es necesario saber dar un 30 por ciento a tiempo que perder todo a posteriori.
Luego, en la segunda etapa del peronismo, siguiendo la periodización de Horowicz, es decir el peronismo de la resistencia, el peronismo alejado del estado, el peronismo como hecho maldito del país burgués, tal como lo había definido, John William Cooke, esas acusaciones de Bonapartismo, se fueron diluyendo, y surge un peronismo de izquierda, en algunos casos inspirado por los mismos actores que habían sostenido la postura anterior, como es el caso de Puiggrós y de Jorge Abelardo Ramos.
Método histórico comparativo: el varguismo en Brasil y el peronismo en la Argentina
En un libro ya clásico de las ciencias sociales en la Argentina, que ha atravesado la década del sesenta y del setenta, que fue silenciado por la dictadura y que se desliza entre nosotros en la actualidad con su potencia intacta, Miguel Murmis y Juan Carlos Portantiero hacen la comparación de dos procesos populistas que se desarrollaron en el mismo tramo histórico en América Latina: me refiero al varguismo en Brasil y al peronismo en la Argentina.
Su primera parte aportó una renovada mirada sobre la naturaleza de la industrialización por sustitución de importaciones ocurrida en la década de 1930. En este primer estudio los autores dialogan con la obra de Milcíades Peña. Este pensador, proveniente de la corriente trotskista orientada por Nahuel Moreno, se había constituido en uno de los estudiosos más originales de la formación, evolución y estructura de clase dominante argentina y, más específicamente , en un impugnador de la idea de una burguesía dividida por una conflictividad esencial entre sectores agrarios e industriales. Para este acérrimo adversario de las interpretaciones historiográficas tanto liberales como nacional populistas, había existido desde siempre una unidad y complementariedad de intereses entre ambos grupos burgueses, una suerte de fusión.
Murmis y Portantiero se emparentaron con esa pionera concepción, en lo que hacía a la ausencia de conflictos orgánicos entre propietarios del agro y de la industria. Pero se distanciaron de Peña en la idea de fusión. Ellos entendieron que el proceso de industrialización no fue indiscutido (aunque sí fue más progresivo, pues los que se opusieron lo hicieron por su carácter avanzado y no por su alcance moderado) y que no todos los sectores rurales participaron del acuerdo con los industriales, sino su facción más poderosa. Es decir, allí donde Peña vio a una clase dominante homogeneizada en un proyecto de “caricatura” de industrialización o de “pseudo industrialización”, Murmis y Portantiero encontraron una clase propietaria escindida transversalmente en dos alianzas de clase: una a favor de una industrialización limitada; otra en contra de cualquiera de ellas. Donde el intelectual trotskista encontró a una burguesía dividida en dos alas separadas por fronteras más bien tenues, aquellos autores hallaron una alianza entre dos componentes burgueses diferenciados, coyunturalmente unidos por la comunidad de intereses y ordenados en torno al control hegemónico de uno de ellos
En la segunda parte el diálogo de los autores se produjo con el investigador italiano Guido Germani, quien presentaba a una sociedad Argentina alterada por un corte abrupto entre vieja y nueva clase obrera que se había producido a partir de los años treinta, mientras se desplegaba la rápida industrialización sustitutiva. El viejo sector aparecía, a los ojos de este autor, como naturalmente inclinado a ideologías de clase; mayoritariamente descendiente de una inmigración extranjera, portaba un carácter autónomo, poseía una extensa tradición político sindical y tenía una relación de larga data con el mundo urbano y la producción industrial. En cambio, los nuevos trabajadores, provenientes de una migración interna desde las provincias rurales, se mostraban carentes de esa experiencia. Contrariando el modelo clásico de actitudes obreras, aparecían condicionados por la inmediatez de sus reclamos, portando valores de heteronimia y adoptando una conciencia de movilidad antes que una de clase. Por esas razones, para Germani estos contingentes laborales recientemente desplazados habían sido esquivos a las organizaciones de clase y se habían convertido en masa en disponibilidad para el ejercicio de proyectos autoritarios y demagogos como el que practicaba Perón.
Murmis y Portantiero intentaron desarmar tan sarmientina lectura del investigador italiano acerca de la relación entre estos nuevos sectores y la gestación del populismo, replanteando la década de 1930, en especial, lo que hacía a los resultados sociales del crecimiento de la industrialización sustitutiva. Dicho proceso fue entendido como una intensa explotación laboral, producto de una acumulación capitalista sin políticas públicas de redistribución social, que dejó un monto creciente de reivindicaciones obreras insatisfechas.
Además de discutir la interpretación de Germani los autores intentaron descifrar las características específicas del peronismo que lo diferenciaban de otras experiencias de regímenes nacional populares particularmente del varguismo brasileño. Según ellos, esta última sincronizó tres procesos: el de la llegada del nacionalismo popular al poder, el de la industrialización y el intervencionismo social; así, dada la ausencia de un gran sindicalismo autónomo reformista, el resultado no pudo ser otro que la subordinación inmediata y total del proletariado al estado populista. En Argentina, en cambio, la industrialización fue previa y carente de políticas redistributivas; así, la intervención estatal que luego desarrollo el peronismo operó sobre un fuerte sindicalismo que venía a presentar una tenaz fuerza reivindicativa. Es decir, en el caso del varguismo, fue el estado el que de un modo inmediato y directo integró a la clase obrera, sin pasar por la instancia de tener que “estatizar” o disciplinar organizaciones existentes (más bien creó los sindicatos desde arriba). El peronismo, en cambio, expresó un caso distinto. En la Argentina, dado que los sindicatos eran aparatos poderosos ya antes de la llegada del régimen populista, este último debió aceptar la ubicación de aquellos (y fugazmente , del partido que habían creado) como mediadores entre los trabajadores y el poder político
Marx interrumpió furioso gritando que debían expulsar del partido a los autores de esas ideas y cuando le dijeron que ya habían sido expulsado se fue volcando un vaso y sin pagar la cuenta. Weber susurraba en el oído de una cantante de tangos que se había acercado a la mesa que todo eso no era más que una sustracción de sus teorías. La cantante le dijo que se trataba del método histórico comparativo, pero a esta altura de la noche el gran sociólogo ya no la escuchaba.
Conclusión
Qué pasó entonces para que, a pesar de producirse, en los años treinta, una fuerte industrialización y la formación de sindicatos fuertes, no se produjera un partido clasista capaz de conducir a esas masas hacia las reivindicaciones sociales que lograron una década después con el peronismo. Lo que sucedió fue la politica. Y la política es la intencionalidad de la historia. Los dominados, carentes de poder materal tienen como única posibilidad la de crear otro poder y el poder que crearon se llamó peronismo, y eligieron a ese líder acaso porque Perón fue el que mejor leyó la circunstancia histórica que le tocó vivir. Y a diferencia de sus adversarios supo convertir esa lectura en fuerza material, porque de lo que se trata, como dijo Marx, no es solo de interpretar la historia sino de interpretarla para transformarla.
Bibliografía
Los cuatro peronismos - Alejandro Horowicz
Los deseos imaginarios del peronismo - Juan José Sebreli
Estudios sobre los orígenes del peronismo - Miguel Murmis y Juan Carlos Portantiero
Diccionario de Política - Norberto Bobbio y Nicola Matteucci
Estudios sobre el peronismo - José Pablo Feinmann
jueves, 30 de mayo de 2013
Heráclito el oscuro y los medios
La muerte es indiscutible, clausura la posibilidad de toda argumentación. Nadie se animaría a discutir entonces que la muerte es noticia. Si uno tiene la paciencia de detenerse ante la pantalla de cualquier televisiòn la vera, me refiero a la muerte claro, desplegarse en los sucesivos escenarios.
Nos muestran la muerte con todas sus miserias, no nos ahorran nada, la muerte que le sucede a los miserables (en el sentido que Víctor Hugo los nombró) las muertes patricias todavía son invisibles. La muerte vuelve visibles a los miserables, son noticia por un instante, es decir que los integra en la realidad, una realidad previamente guionada por supuesto, y no importa cuanto dolor deban superar, tendrán que cumplir su papel si pretender ser enfocados.
¿Cuál es el sentido de todas esas muertes que explotan en una pornografía insoportable del amarillismo televisivo? Nadie responderá a esa pregunta, es una pregunta que esta fuera de lugar en la patria televisiva, porque si uno se pregunta por el sentido de cualquier cosa pierde toda posibilidad de ser noticia y deja de ser enfocado. La pregunta supone una demora, una búsqueda, una problematización de lo interrogado.
Horacio Gonzalez en su último libro (historia conjetural del periodismo) ubica al parte de guerra como posible antecedente del periodismo. ¿No decía Heraclito, el oscuro, que el nucleo mismo de la realidad era la guerra? ¿No es lògico entonces que la noticia este en el núcleo de la realidad? Sucede que la noticia es una de las formas de la guerra, casi podemos decir que es la misma cosa. La guerra, esa tensiòn constante, que convierte a la paz (otra vez Heráclito) en una guerra latente, está ,creo yo, apenas disimulada por la retórica periodística de la muerte.
Nos muestran la muerte con todas sus miserias, no nos ahorran nada, la muerte que le sucede a los miserables (en el sentido que Víctor Hugo los nombró) las muertes patricias todavía son invisibles. La muerte vuelve visibles a los miserables, son noticia por un instante, es decir que los integra en la realidad, una realidad previamente guionada por supuesto, y no importa cuanto dolor deban superar, tendrán que cumplir su papel si pretender ser enfocados.
¿Cuál es el sentido de todas esas muertes que explotan en una pornografía insoportable del amarillismo televisivo? Nadie responderá a esa pregunta, es una pregunta que esta fuera de lugar en la patria televisiva, porque si uno se pregunta por el sentido de cualquier cosa pierde toda posibilidad de ser noticia y deja de ser enfocado. La pregunta supone una demora, una búsqueda, una problematización de lo interrogado.
Horacio Gonzalez en su último libro (historia conjetural del periodismo) ubica al parte de guerra como posible antecedente del periodismo. ¿No decía Heraclito, el oscuro, que el nucleo mismo de la realidad era la guerra? ¿No es lògico entonces que la noticia este en el núcleo de la realidad? Sucede que la noticia es una de las formas de la guerra, casi podemos decir que es la misma cosa. La guerra, esa tensiòn constante, que convierte a la paz (otra vez Heráclito) en una guerra latente, está ,creo yo, apenas disimulada por la retórica periodística de la muerte.
lunes, 20 de mayo de 2013
Las operetas
Qué hay de ficcional y qué de real en la política argentina. Aclaro que no considero lo ficcional como mentira y lo real como verdad. Ni siquiera puedo decir que caminen por veredas separadas.
La realidad, lo que aceptamos como realidad, tiene dentro de sí, tanto elementos realistas (¿podemos decir materiales?) como ficcionales, que no podemos escindir si pretendemos dar una visión completa de las cosas que pasan. Pero qué podemos decir de la opereta armada en torno a la posible intervención de Clarín, que incluiría el levantamiento del celebérrimo programa de Jorge Lanata y las inolvidables novelas de Suar. Esta representación tuvo su punto de máxima irrealidad, es decir, cuando lo ficcional se presentó escindido de su costado real, la opereta, si podemos utilizarlo como categoría, con el decreto de Macri declarando, poco más o menos, que la ciudad se separaba del país, como sucedió luego de Rosas y no reconocería la legislación nacional.
El domingo terminó la opereta, o acaso uno de sus capítulos, con la columna de Morales Solá, una especie de juez de la corte suprema de la irrealidad, contándonos que la presidenta había dado marcha atrás en una medida que nunca había existido y que nunca había pasado por su cabeza.
Por supuesto que a esta opereta se le fueron sumando, en las últimas horas, otras, tal vez más pequeñas, en una persistencia que no permite respirar como fue la calificación, por parte del diario La Nación, de Videla como dictador y la del último domingo, anunciando la edición de las obras de Galeano, colección que comenzará con "Venas Abiertas de América Latina"-
Confieso que mi débil salud mental trastrabilla ante tanto desatino y tanta falta de escrúpulos que se deben soportar: cualquiera puede decir y hacer cualquier cosa, no importa nada. Para mi gusto es demasiado. Como diría un tristemente célebre periodista de la opereta: hagan algo o mejor, déjense de joder .
La realidad, lo que aceptamos como realidad, tiene dentro de sí, tanto elementos realistas (¿podemos decir materiales?) como ficcionales, que no podemos escindir si pretendemos dar una visión completa de las cosas que pasan. Pero qué podemos decir de la opereta armada en torno a la posible intervención de Clarín, que incluiría el levantamiento del celebérrimo programa de Jorge Lanata y las inolvidables novelas de Suar. Esta representación tuvo su punto de máxima irrealidad, es decir, cuando lo ficcional se presentó escindido de su costado real, la opereta, si podemos utilizarlo como categoría, con el decreto de Macri declarando, poco más o menos, que la ciudad se separaba del país, como sucedió luego de Rosas y no reconocería la legislación nacional.
El domingo terminó la opereta, o acaso uno de sus capítulos, con la columna de Morales Solá, una especie de juez de la corte suprema de la irrealidad, contándonos que la presidenta había dado marcha atrás en una medida que nunca había existido y que nunca había pasado por su cabeza.
Por supuesto que a esta opereta se le fueron sumando, en las últimas horas, otras, tal vez más pequeñas, en una persistencia que no permite respirar como fue la calificación, por parte del diario La Nación, de Videla como dictador y la del último domingo, anunciando la edición de las obras de Galeano, colección que comenzará con "Venas Abiertas de América Latina"-
Confieso que mi débil salud mental trastrabilla ante tanto desatino y tanta falta de escrúpulos que se deben soportar: cualquiera puede decir y hacer cualquier cosa, no importa nada. Para mi gusto es demasiado. Como diría un tristemente célebre periodista de la opereta: hagan algo o mejor, déjense de joder .
sábado, 11 de mayo de 2013
Pedro, el librero, contra la tiranía del tiempo
Debo confesar: compro libros en forma compulsiva. Y por qué calificar de compulsivo a ese deseo primordial que me ha acompañado desde el fondo de los tiempos. No lo hago con la intención de disminuirlo, acaso tenga que ver con la tendencia de vivir con culpa todo deseo gratuito, quiero decir, no relacionado con el uso instrumental de las cosas, o por haber desobedecido el mandato social del ahorro.
No recuerdo, ahora, la primera vez que me paré frente a la vidriera de una librería. Tal vez porque si la hubo, y debe haber sido así, como con todas las cosas que nacen y mueren en el tiempo, no me debo haber interesado con un autor en particular, o por un contenido requerido por la escuela, sino por el color, o por algún dibujo que hubiera en la portada. Era lo esperado, porque mis primeras lecturas fueron las revistas de historietas que mi abuelo me traía para que pudiera soportar mis largas estadías dentro de la casa curándome de algún ataque de asma.
Quise dibujar, tal como lo hizo el maestro Feinmann, aquellos superhéroes, pero me fue imposible, y como como había sucedido con mi enfermedad y más tarde con mi experiencia con la música, fueron las palabras, a partir de esa época las que cubrían las páginas de esos primeros libros, las que vinieron a rescatarme de mi ausencia de talento como dibujante.
Quiero tener libros, de eso se trata. Y luego de adquirirlos, mirarlos, como si fuera un cazador con su presa.
¿Se trata de un mero deseo de acumular, o se trata de la antigua búsqueda de un sentido que ordene lo que aparece caótico en la experiencia?
Cuando se llega a la cifra de tres mil libros (nunca los conté, pero establecer una cifra, aunque suene desmesurada, ayuda a que las diversas pilas, cajas y estanterías abarrotadas de libros no parezcan infinitas, y cierta racionalidad, en este caso la que se toma prestada de las matemáticas, impere sobre tanta desmesura material) se produce una sensación de vértigo.
Como consecuencia de comprar tanto, hay libros que quedan veinte años sin ser leídos, postergados en un ostracismo muchas veces injusto, por la arbitrariedad de un autodidacta (soy un autodidacta culposo que cada tanto entra en alguna institución educativa) y son rescatados de manera tan azarosa como cuando fueron olvidados en un principio, por el azar de alguna recomendación o porque fueron nombrados por algún escritor admirado o en algún diario o programa de radio que se escucha con frecuencia, como fue el caso del libro que motivo este artículo: Pastoral Americana de Philip Roth.
Lo había comprado precisamente hace veinte años, me lo había recomendado Pedro, un librero inolvidable, recientemente fallecido, uno de los últimos libreros como dijo alguien que había sido su compañero de trabajo, un educador anónimo que ejercía su magisterio en lugares que tal vez no fueran más que cadenas comerciales que vendían libros como podrían vender cualquier otra cosa y que ahora que no está Pedro efectivamente venden cualquier cosa, una mercancía cualquiera, que es despachada anónima y deshumanizada a manos de otros que tampoco se dan cuenta que están comprando. Pedro no. Pedro era distinto, recomendaba con su voz suave y bondadosa los libros que él consideraba fundamentales para la persona que iba a buscarlos y hasta podía mandarlos a otra librería de la competencia, en las propias narices de los dueños de la librería Fausto, ahora Cúspide, si en la librería que trabajaba no tenían aquel libro.
El caso es que Pedro me recomendó el libro, Pastoral Americana, que estoy leyendo finalmente, luego de veinte años, y no puedo dejar de pensar que, de alguna manera, cada vez que lo leo, se produce un quiebre en la linea del tiempo, y traigo al presente a Pedro que quiso que lo leyera y a Philip Roth en el momento que lo escribió y por que no también al Sueco, que nunca estuvo realmente en el tiempo porque es el protagonista de la novela, y que no puede entender como su hija puso una bomba en la farmacia de un pequeño pueblo de los Estados Unidos si ni siquiera en la biblioteca de ese lugar remoto se puede conseguir un ejemplar del manifiesto comunista.
No recuerdo, ahora, la primera vez que me paré frente a la vidriera de una librería. Tal vez porque si la hubo, y debe haber sido así, como con todas las cosas que nacen y mueren en el tiempo, no me debo haber interesado con un autor en particular, o por un contenido requerido por la escuela, sino por el color, o por algún dibujo que hubiera en la portada. Era lo esperado, porque mis primeras lecturas fueron las revistas de historietas que mi abuelo me traía para que pudiera soportar mis largas estadías dentro de la casa curándome de algún ataque de asma.
Quise dibujar, tal como lo hizo el maestro Feinmann, aquellos superhéroes, pero me fue imposible, y como como había sucedido con mi enfermedad y más tarde con mi experiencia con la música, fueron las palabras, a partir de esa época las que cubrían las páginas de esos primeros libros, las que vinieron a rescatarme de mi ausencia de talento como dibujante.
Quiero tener libros, de eso se trata. Y luego de adquirirlos, mirarlos, como si fuera un cazador con su presa.
¿Se trata de un mero deseo de acumular, o se trata de la antigua búsqueda de un sentido que ordene lo que aparece caótico en la experiencia?
Cuando se llega a la cifra de tres mil libros (nunca los conté, pero establecer una cifra, aunque suene desmesurada, ayuda a que las diversas pilas, cajas y estanterías abarrotadas de libros no parezcan infinitas, y cierta racionalidad, en este caso la que se toma prestada de las matemáticas, impere sobre tanta desmesura material) se produce una sensación de vértigo.
Como consecuencia de comprar tanto, hay libros que quedan veinte años sin ser leídos, postergados en un ostracismo muchas veces injusto, por la arbitrariedad de un autodidacta (soy un autodidacta culposo que cada tanto entra en alguna institución educativa) y son rescatados de manera tan azarosa como cuando fueron olvidados en un principio, por el azar de alguna recomendación o porque fueron nombrados por algún escritor admirado o en algún diario o programa de radio que se escucha con frecuencia, como fue el caso del libro que motivo este artículo: Pastoral Americana de Philip Roth.
Lo había comprado precisamente hace veinte años, me lo había recomendado Pedro, un librero inolvidable, recientemente fallecido, uno de los últimos libreros como dijo alguien que había sido su compañero de trabajo, un educador anónimo que ejercía su magisterio en lugares que tal vez no fueran más que cadenas comerciales que vendían libros como podrían vender cualquier otra cosa y que ahora que no está Pedro efectivamente venden cualquier cosa, una mercancía cualquiera, que es despachada anónima y deshumanizada a manos de otros que tampoco se dan cuenta que están comprando. Pedro no. Pedro era distinto, recomendaba con su voz suave y bondadosa los libros que él consideraba fundamentales para la persona que iba a buscarlos y hasta podía mandarlos a otra librería de la competencia, en las propias narices de los dueños de la librería Fausto, ahora Cúspide, si en la librería que trabajaba no tenían aquel libro.
El caso es que Pedro me recomendó el libro, Pastoral Americana, que estoy leyendo finalmente, luego de veinte años, y no puedo dejar de pensar que, de alguna manera, cada vez que lo leo, se produce un quiebre en la linea del tiempo, y traigo al presente a Pedro que quiso que lo leyera y a Philip Roth en el momento que lo escribió y por que no también al Sueco, que nunca estuvo realmente en el tiempo porque es el protagonista de la novela, y que no puede entender como su hija puso una bomba en la farmacia de un pequeño pueblo de los Estados Unidos si ni siquiera en la biblioteca de ese lugar remoto se puede conseguir un ejemplar del manifiesto comunista.
sábado, 27 de abril de 2013
La respuesta de la sangre
Qué es lo que, todavía hoy, habiendo pasado ríos de lodo y fuego, no podemos simbolizar. Lo real, diría Lacan, el horror, diría Kurtz con la voz de Marlon Brando.
La locura y la pobreza. Digo: la pobreza que trae la locura, la locura que, sin duda, trae la pobreza.
Nos deslizamos por las calles y nos chocamos con desechos humanos, sentimos ante ellos una mezcla de temor y verguenza, recurrimos a una ideología del engaño y la hipocresía para fingir que creemos que ellos son culpables de algo. ¿Y los chiquitos que está con ellos, de qué son culpables.
¿Qué hacer con la pobreza entonces, qué hacer con la locura?
Yo digo: ningún niño deber dormir en la calle. Yo digo: todos los planes sociales son pocos si hay un solo niño que vive en la calle.
En estas últimas horas una horda militarizada, en nombre, creo, del estado municipal, dió la respuesta de la sangre. Ningún compañero debe permitir que esto vuelva a repetirse: esa debe ser nuestra lucha de ahora en adelante.
La locura y la pobreza. Digo: la pobreza que trae la locura, la locura que, sin duda, trae la pobreza.
Nos deslizamos por las calles y nos chocamos con desechos humanos, sentimos ante ellos una mezcla de temor y verguenza, recurrimos a una ideología del engaño y la hipocresía para fingir que creemos que ellos son culpables de algo. ¿Y los chiquitos que está con ellos, de qué son culpables.
¿Qué hacer con la pobreza entonces, qué hacer con la locura?
Yo digo: ningún niño deber dormir en la calle. Yo digo: todos los planes sociales son pocos si hay un solo niño que vive en la calle.
En estas últimas horas una horda militarizada, en nombre, creo, del estado municipal, dió la respuesta de la sangre. Ningún compañero debe permitir que esto vuelva a repetirse: esa debe ser nuestra lucha de ahora en adelante.
viernes, 19 de abril de 2013
Cuaderno de bitácora de un estudiante de filosofía: el aparato
¿Vale la pena contar la pequeña anécdota que genera estas lineas, o se la debe dejar diluirse, como sin duda sucederá la cuente o no en este artículo, en el entramado de otras historias de nuestro tiempo sin duda más relevantes?
Bastará con que diga que se trata de una reunión entre docentes y estudiantes del Joaquín V. Gonzalez para decidir si se asistirá o no a una reunión organizada por el estado.
¿Es este hecho inusual como a mí me parece? A mi me generó una expectativa importante: la democracia sigue siendo una novedad para muchos de nosotros, tal vez, porque si es verdadera tiene que estar inventándose todo el tiempo y debe ser puesta en crisis para que continúe su movimiento en busca de nuevos límites cada vez.
Me levanté temprano y con buen ánimo para llegar al instituto. Acaso esperaba encontrar un ambiente parecido al del ingreso, es decir, la circulación de la palabra propia, la alegría del compañerismo y el cuidado del otro.
La reunión comenzó con la palabra de un representante de cada uno de los 17 departamentos. Por un acuerdo previo se le concedía tres minutos a cada uno. Ese acuerdo se respetó. Cada uno, según su estilo, intentó ser claro, sin agresiones y hasta con cierta creatividad en la presentación de cada discurso.
Luego hablaron los estudiantes. Se dice al auditorio que hay una lista de oradores en la que hay que anotarse si se quiere hablar, sin embargo, pronto se advierte que todos los que hablan parecen turnarse para decir el mismo discurso. Muchos de nosotros sentimos, con impotencia, que eramos extras de un guión que había sido escrito antes, que estábamos siendo aparateados, es decir privados de nuestra autonomía, que la palabras ya no circulaba sino que se había banalizado, que la habían sustraído vaya a saber con qué propósito.
El aparato se sustantiva y termina siendo un fin en si mismo. Los que lo usan creen que saben usarlo pero ellos también terminan siendo un engranaje más, una tuerca que una vez ajustada se quedá allí para siempre.
No me quedé a ver la función de la mañana hasta el final. Me dicen que hubo una compañera que se obstinó en hablar por todos nosotros (¡las mujeres siempre más fuertes!) y que fue abucheada o interrumpida o las dos cosas a la vez. Qué lástima ¿no?
Salí del instituto y el sol del otoño me recibió como siempre, sabio y paciente me supo escuchar como lo hizo siempre que lo necesité
Bastará con que diga que se trata de una reunión entre docentes y estudiantes del Joaquín V. Gonzalez para decidir si se asistirá o no a una reunión organizada por el estado.
¿Es este hecho inusual como a mí me parece? A mi me generó una expectativa importante: la democracia sigue siendo una novedad para muchos de nosotros, tal vez, porque si es verdadera tiene que estar inventándose todo el tiempo y debe ser puesta en crisis para que continúe su movimiento en busca de nuevos límites cada vez.
Me levanté temprano y con buen ánimo para llegar al instituto. Acaso esperaba encontrar un ambiente parecido al del ingreso, es decir, la circulación de la palabra propia, la alegría del compañerismo y el cuidado del otro.
La reunión comenzó con la palabra de un representante de cada uno de los 17 departamentos. Por un acuerdo previo se le concedía tres minutos a cada uno. Ese acuerdo se respetó. Cada uno, según su estilo, intentó ser claro, sin agresiones y hasta con cierta creatividad en la presentación de cada discurso.
Luego hablaron los estudiantes. Se dice al auditorio que hay una lista de oradores en la que hay que anotarse si se quiere hablar, sin embargo, pronto se advierte que todos los que hablan parecen turnarse para decir el mismo discurso. Muchos de nosotros sentimos, con impotencia, que eramos extras de un guión que había sido escrito antes, que estábamos siendo aparateados, es decir privados de nuestra autonomía, que la palabras ya no circulaba sino que se había banalizado, que la habían sustraído vaya a saber con qué propósito.
El aparato se sustantiva y termina siendo un fin en si mismo. Los que lo usan creen que saben usarlo pero ellos también terminan siendo un engranaje más, una tuerca que una vez ajustada se quedá allí para siempre.
No me quedé a ver la función de la mañana hasta el final. Me dicen que hubo una compañera que se obstinó en hablar por todos nosotros (¡las mujeres siempre más fuertes!) y que fue abucheada o interrumpida o las dos cosas a la vez. Qué lástima ¿no?
Salí del instituto y el sol del otoño me recibió como siempre, sabio y paciente me supo escuchar como lo hizo siempre que lo necesité
domingo, 7 de abril de 2013
Cuaderno de bitácora de un estudiante de filosofía: Sócrates sigue hablándo(nos)
Era sabido que alguien, cualquiera, en la intensidad de alguna clase del profesorado de filosofía o bien en alguna bibliografía, soltaría una frase que, según Platón dijo Sócrates, y que no perdió nada de su densidad, con el paso del barro, la sangre y el veneno, esa famosa frase es, por supuesto, "solo sé que no sé nada". En este caso se trata de la bibliografía de la cátedra del profesor Vícari, un artículo de Elisa Caruso, desconocida para mí hasta ese momento, ahí justamente, en el medio de una página, luego de analizar la tensión entre sabiduría y saber que según ella, o mejor dicho, según la lectura que hice yo de su artículo, es constitutiva de la filosofía, larga esa frase revolucionaria que tuvo que soportar durante muchos años, tal vez demasiados, los embates de los intentos de banalizarla y de convertirla en un lugar común más. Y en esa lectura, confieso distraída en un atestado colectivo 99, yo, en mi condición de aristócrata poseedor de un asiento, percibí en esa frase un nuevo sentido, tal vez no tan nuevo, se me perdonará el asombro ante el descubrimiento acaso causado por el sueño y el traqueteo del colectivo, porque tal vez sea el mismo que percibieron las autoridades que condenaron al desafortunado Sócrates a beber la cicuta y que, sin querer, cometieron el error que suelen cometer los verdugos, y le regalaron la gloria de los que mueren por una causa, la causa contenida en esa breve frase, es decir, solo sé que no sé nada, con esa frase, digo, y ahí està el nuevo sentido, no solo tenía la solitaria conciencia de su ignorancia sino que desconocía y hacía caer con sus imprudentes preguntas todo el saber vigente y todo el poder, incluido el de sus atemorizados verdugos.
La pregunta que me hago es: qué pasaría hoy, que vivimos abrumados por innumerables informaciones, si esa frase fuera dicha, que pasaría con el imprudente que la pronuncie, poniendo en riesgo, no ya el poder de unos pocos ciudadanos griegos sino de todo el mundo globalizado y el poder de la dictadura militar-mediática, en el mejor de los casos sería medicado con un sucedáneo de la cicuta, uno de esas pastillas adormecedoras que consumen las multitudes para soportar la existencia, en el peor Guantánamo o alguno de esos barrios privados que tiene el imperio para los que no entienden nada.
La pregunta que me hago es: qué pasaría hoy, que vivimos abrumados por innumerables informaciones, si esa frase fuera dicha, que pasaría con el imprudente que la pronuncie, poniendo en riesgo, no ya el poder de unos pocos ciudadanos griegos sino de todo el mundo globalizado y el poder de la dictadura militar-mediática, en el mejor de los casos sería medicado con un sucedáneo de la cicuta, uno de esas pastillas adormecedoras que consumen las multitudes para soportar la existencia, en el peor Guantánamo o alguno de esos barrios privados que tiene el imperio para los que no entienden nada.
lunes, 1 de abril de 2013
La batalla del dolar
Hay un fantasma que recorre la Argentina: el fantasma del dòlar. Mientras nos ocupamos de los fulgores del Papa argentino, si le lavò los pies a los presos, si se preparò el mate solo, si usa una cruz de plata en lugar de una de oro, los ejèrcitos verdes avanzan fantasmales por las cuevas de la city.
El dòlar es el sìmbolo màs poderoso, el gran significante.
No creo que se haya plantado frente al discurso del dòlar, un contradiscurso como la ley de medios, ni siquiera uno de similar intensidad y persistencia como el que permitiò mantener viva la causa de los derechos humanos, aùn cuando hubo que esperar tantos años, y hubo que escribir tantos artìculos, tantos libros y tantas manifestaciones. Solo algunas medida, que no discutirè en su necesidad tècnica, pero con resultados màs que dudosos en lo simbòlico.
Se sabe que en la Argentina no se imprimen dòlares, es un bien importado por el cual todos tenemos que pagar. Paso a enumerar, de memoria, algunos datos de la historia de ese "costo" claramente innecesario. La deuda externa argentina creciò de cerca de 7000 millones de dòlares luego del golpe a Isabel a 46000 millones de dòlares cuando asumiò Alfonsìn, para pasar a cerca de 70000 cuando asumiò Menem, y luego pasar al doble, es decir a cerca de 140000 millones de dòlares cuando termino tan ejemplar gobierno. El broche de oro fue el megacanje de De la Rua y Cavallo que llevaron la deuda a una cifra cercana a los 200000 millones de dòlares.
200000 millones de dòlares. Toda una materialidad. Cuàntos paises se pudieron haber armado con esa cifra y cuàl efectivamente emergiò.
Feinmann en la temporada televisiva en la que analizò el pensamiento nacional, tomò la linea de Discepolo, creo, que dice que no hay verdad que se resista frente a dos pesos moneda nacional. Què podrìamos decir entonces de 200000 millones de dòlares (aviso: de acà al final del artìculo voy a repetir obsesivamente esta cifra). Entre aquellos dos pesos y estos 200000 millones de dòlares, hay casi tanta diferencia como la que habìa entre las flechas de los indios y los Remintong de los soldados del general Roca. Què verdad se puede resistir. Què verdad revela esos 200000 millones de dòlares. Probablemente la verdad de un règimen de poder que escandalizarìa a las almas bienpensantes sino fuera porque està oculto debajo de su propia naturalizaciòn.
Nuestra tarea, nuestro lugar en el campo de batalla dirìa, es, justamente, desarmar billete a billete, el propòsito oscuro de esta guerra del dolar, una tarea tan titànica como la de contar la arena del desierto, es verdad, pero que es preciso comenzar algùn dìa
El dòlar es el sìmbolo màs poderoso, el gran significante.
No creo que se haya plantado frente al discurso del dòlar, un contradiscurso como la ley de medios, ni siquiera uno de similar intensidad y persistencia como el que permitiò mantener viva la causa de los derechos humanos, aùn cuando hubo que esperar tantos años, y hubo que escribir tantos artìculos, tantos libros y tantas manifestaciones. Solo algunas medida, que no discutirè en su necesidad tècnica, pero con resultados màs que dudosos en lo simbòlico.
Se sabe que en la Argentina no se imprimen dòlares, es un bien importado por el cual todos tenemos que pagar. Paso a enumerar, de memoria, algunos datos de la historia de ese "costo" claramente innecesario. La deuda externa argentina creciò de cerca de 7000 millones de dòlares luego del golpe a Isabel a 46000 millones de dòlares cuando asumiò Alfonsìn, para pasar a cerca de 70000 cuando asumiò Menem, y luego pasar al doble, es decir a cerca de 140000 millones de dòlares cuando termino tan ejemplar gobierno. El broche de oro fue el megacanje de De la Rua y Cavallo que llevaron la deuda a una cifra cercana a los 200000 millones de dòlares.
200000 millones de dòlares. Toda una materialidad. Cuàntos paises se pudieron haber armado con esa cifra y cuàl efectivamente emergiò.
Feinmann en la temporada televisiva en la que analizò el pensamiento nacional, tomò la linea de Discepolo, creo, que dice que no hay verdad que se resista frente a dos pesos moneda nacional. Què podrìamos decir entonces de 200000 millones de dòlares (aviso: de acà al final del artìculo voy a repetir obsesivamente esta cifra). Entre aquellos dos pesos y estos 200000 millones de dòlares, hay casi tanta diferencia como la que habìa entre las flechas de los indios y los Remintong de los soldados del general Roca. Què verdad se puede resistir. Què verdad revela esos 200000 millones de dòlares. Probablemente la verdad de un règimen de poder que escandalizarìa a las almas bienpensantes sino fuera porque està oculto debajo de su propia naturalizaciòn.
Nuestra tarea, nuestro lugar en el campo de batalla dirìa, es, justamente, desarmar billete a billete, el propòsito oscuro de esta guerra del dolar, una tarea tan titànica como la de contar la arena del desierto, es verdad, pero que es preciso comenzar algùn dìa
lunes, 18 de marzo de 2013
Preguntas sobre el nuevo Papa
No sé si es posible decir algo nuevo sobre la iglesia católica. Uno abre los cajones y se te caen encima historias de horror, de ofensa, y de desilusiones de todos estos años y aún más de los anteriores y de los anteriores a estos. Un infinito que parece haber existido siempre, sin principio ni final que se pueda vislumbrar.
De pronto, luego de seiscientos años, un Papa renuncia y es nombrado el primer Papa argentino.
¿Es esto, como parece, un hecho nuevo, es el comienzo de una nueva historia que requerirá de nuevas palabras, de nuevas ideas y de nuevos actos? ¿Se trata de una restauración o como se dijo en alguna tribuna un desafío para controlar las masas? ¿Es posible, entonces, reconstruir tan fácilmente lo roto, es decir, la fe de millones de personas, el espacio común al que parece imposible volver, y perdón, el cuerpo de los sojuzgados, de los heridos de los torturados?
Todo esto lleva en sus espaldas Francisco. Pero ¿vino él a levantar ese peso? ¿está dispuesto a pagar esa deuda?
¿Y nosotros? ¿qué hacemos con los compañeros que creen y sobretodo qué hacemos con los jóvenes? ¿Tiene sentido tirarles a ellos toda la oscuridad que se cierne sobre la historia, aún sabiendo que no se puede, no se debe prescindir nuevamente de una historia dolorosamente reconstruida? ¿Podremos crear una historia nueva, no ya con la idea de superación, pero sí con la de incluir, esta vez en serio, a todos los hombres de buena voluntad que quieran habitar el suelo de la patria grande?
De pronto, luego de seiscientos años, un Papa renuncia y es nombrado el primer Papa argentino.
¿Es esto, como parece, un hecho nuevo, es el comienzo de una nueva historia que requerirá de nuevas palabras, de nuevas ideas y de nuevos actos? ¿Se trata de una restauración o como se dijo en alguna tribuna un desafío para controlar las masas? ¿Es posible, entonces, reconstruir tan fácilmente lo roto, es decir, la fe de millones de personas, el espacio común al que parece imposible volver, y perdón, el cuerpo de los sojuzgados, de los heridos de los torturados?
Todo esto lleva en sus espaldas Francisco. Pero ¿vino él a levantar ese peso? ¿está dispuesto a pagar esa deuda?
¿Y nosotros? ¿qué hacemos con los compañeros que creen y sobretodo qué hacemos con los jóvenes? ¿Tiene sentido tirarles a ellos toda la oscuridad que se cierne sobre la historia, aún sabiendo que no se puede, no se debe prescindir nuevamente de una historia dolorosamente reconstruida? ¿Podremos crear una historia nueva, no ya con la idea de superación, pero sí con la de incluir, esta vez en serio, a todos los hombres de buena voluntad que quieran habitar el suelo de la patria grande?
martes, 12 de marzo de 2013
La circulación de la palabra
¿Qué tiene de extraordinario un curso de ingreso a un profesorado de filosofía? ¿Puede este acontecimiento, la narración de un hecho, digamos banal, convertirse en objeto de reflexión y aún de escritura? Si lo pensamos bien si. Usemos, como aconsejaba Zizek, no una mirada de frente, de sentido común, realista, sino una mirada al sesgo, de costado, y tal vez advirtamos, luego de leer el artículo, algo pifiado claro, lo extraordinario del caso.
Convengamos que la filosofía, como materia de estudio, no es de las más rentable. En el mismo profesorado, nos referimos al Joaquín V. González, funciona un prestigioso departamento de inglés. Allí van las futuras mujeres y hombres que circularán por los onerosos institutos de enseñanza del idioma del imperio.
Tenemos, entonces, el primer punto extraordinario: mujeres y hombres deciden aprender una materia que en principio no los va a ayudar a salir en las revistas de moda, y un equipo docente liderado por Mónica Da Cunha y Ernesto Iriarte, más docente asociados y alumnos avanzados, que deciden enseñar de una manera, ya veremos, creativa y arriesgada.
Se trabajan autores de la filosofía y de la pedagogía, pero Mónica y Ernesto, y ahí aparece nuevamente lo extraordinario, deciden requerir de la palabra de los estudiantes. ¿Qué pasa allí? ¿No era que los profesores bajan el saber de los héroes del pensamiento? ¿No habían ido los estudiantes precisamente a ello: es decir a que alguien les explique un saber de por sí complejo? ¿No se produjo allí una defraudación, un abandono?
Esa decisión tiene, sin embargo, una recompensa: en principio nadie se mueve de sus lugares y luego los estudiante siguen viniendo con más entusiasmo cada vez. Pero lo más importante, y allí la noticia que merecería salir en los diarios, es que la palabra requerida por Mónica y Ernesto circula, medio temblequeteando al principio, y luego más firme, y finalmente deambula, como toda criatura naciente, discutidora, ruidosa, y por qué no algo irrespetuosa.
Se sabe, en la realidad circulan discursos sofocantes, colonizadores, poderosos, que ofrecen la recompensa del éxito a quienes lo pronuncien. Qué posibilidad tiene, entonces, ese discurso colectivo inventado en el Joaquín, frente al discurso de los aparatos ideológicos de la publicidad y de los medios de comunicación. Muy pocas. Pero si es cierto que los discursos producen sujetos, esas palabras nuevas, que ya queman en la garganta de los estudiantes de filosofía, brillarán pronto en la garganta de otros, de muchos, en un futuro cercano.
O no. Tal vez. Ojalá
Convengamos que la filosofía, como materia de estudio, no es de las más rentable. En el mismo profesorado, nos referimos al Joaquín V. González, funciona un prestigioso departamento de inglés. Allí van las futuras mujeres y hombres que circularán por los onerosos institutos de enseñanza del idioma del imperio.
Tenemos, entonces, el primer punto extraordinario: mujeres y hombres deciden aprender una materia que en principio no los va a ayudar a salir en las revistas de moda, y un equipo docente liderado por Mónica Da Cunha y Ernesto Iriarte, más docente asociados y alumnos avanzados, que deciden enseñar de una manera, ya veremos, creativa y arriesgada.
Se trabajan autores de la filosofía y de la pedagogía, pero Mónica y Ernesto, y ahí aparece nuevamente lo extraordinario, deciden requerir de la palabra de los estudiantes. ¿Qué pasa allí? ¿No era que los profesores bajan el saber de los héroes del pensamiento? ¿No habían ido los estudiantes precisamente a ello: es decir a que alguien les explique un saber de por sí complejo? ¿No se produjo allí una defraudación, un abandono?
Esa decisión tiene, sin embargo, una recompensa: en principio nadie se mueve de sus lugares y luego los estudiante siguen viniendo con más entusiasmo cada vez. Pero lo más importante, y allí la noticia que merecería salir en los diarios, es que la palabra requerida por Mónica y Ernesto circula, medio temblequeteando al principio, y luego más firme, y finalmente deambula, como toda criatura naciente, discutidora, ruidosa, y por qué no algo irrespetuosa.
Se sabe, en la realidad circulan discursos sofocantes, colonizadores, poderosos, que ofrecen la recompensa del éxito a quienes lo pronuncien. Qué posibilidad tiene, entonces, ese discurso colectivo inventado en el Joaquín, frente al discurso de los aparatos ideológicos de la publicidad y de los medios de comunicación. Muy pocas. Pero si es cierto que los discursos producen sujetos, esas palabras nuevas, que ya queman en la garganta de los estudiantes de filosofía, brillarán pronto en la garganta de otros, de muchos, en un futuro cercano.
O no. Tal vez. Ojalá
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